Maricones y rojos es fonéticamente un sintagma muy superior al rojos y maricones, utilizado por Jorge Javier para descalificar a quien no ve su programa, dado que por esas cosas del maniqueísmo si no eres espectador de Sálvame eres votante de Abascal, que para esta gente es Blas Piñar con menos brillantina. Sin salir de la televisión, Maricones y rojos tiene la musicalidad de Capitanes y reyes, aunque no tenga su empaque. Sería bueno pues que el periodista invirtiera los factores ahora que quiere convertir a Sálvame en La Clave.
Vázquez no es Balbín, claro, pero tampoco es rojo si vamos a hilar fino. Rojo era mi abuelo, que parecía sacado de una novela de Zola, o mi padre, un entrañable personaje de Gorki, o yo mismo a los 15 años, un adolescente yuntero en la vendimia francesa que tarareaba a Víctor Jara entre pámpana y pámpana. Antes rojo no era cualquiera. Si, como Vázquez, ganabas unos cientos de millones al año no entrabas en el selecto club de los desfavorecidos. Y si, como Wyoming, tenías 19 pisos en propiedad no te dejaban recitar a Lorca.
Así que desde una perspectiva social Jorge Javier no es rojo. ¿Es maricón?: según. Cuando los tractores transitan por Chueca el día de la trashumancia homosexual se deja ver por allí, pero eso no significa nada. Maricón era Juan, compañero de la mili, que aguantó con dignidad las crueles novatadas de veteranos perfumados de Varón Dandy, la magnolia de los brutos. Y, sobre todo, maricón era mi amigo José, entrañable, sensible y tierno, quien, frente al fragor chillón del que presume Vázquez, esparcía a su alrededor una paz de merendero.