LA santa resignación cristiana. He aquí uno de los puntos negros que le han impedido a Jaén levantar la voz en cuantas ocasiones ha sido necesario para reclamar justicia. ¿Dónde un cierto estado de rebeldía y de inconformismo? No se trata de alardear, ni manifestarse cada día, ni formar una algarada a cada momento, pero la distancia entre esta conducta de renuncia y ese a veces no hablar por no molestar han terminado por definir una situación de apatía que ha paralizado y sigue obstaculizando hoy cualquier expectativa.
Esta “entrega voluntaria que uno hace de sí poniéndose en las manos y voluntad de otro”, según el diccionario de la Real Academia, constituye un pecado capital que con el paso del tiempo, la buena gente de esta tierra estoy convencido de que lo ha considerado más virtud que vicio. Se ha podido entender, siguiendo el hilo conductor que ha definido a la provincia desde siempre, que en este reparto el papel que le correspondía representar era el del sacrificio, del sometimiento a otras voluntades, en vez de enfrentarse a esa manera de ser y de actuar con un inconformismo impaciente con cualquier tipo de adversidad.
Me gusta la expresión del escritor Manuel Anguita Peragón, cuando una vez definió a Jaén “tan rica la pobre”, porque representa esa imagen de la abdicación de su propia realidad, pues es cierto que en la provincia hay muchos problemas y situaciones a las que sobreponerse, pero no se trata para nada de una tierra pobretona y sombría, a la que a vista de pájaro se le pudiera adivinar un horizonte de postración o un puesto en la UVI territorial, porque se le intuyera lesión incompatible con el futuro.
No, no es eso, y ahí radica precisamente la impotencia de quienes, nadando contra corriente en este río de la tolerancia mal entendida, y porque les duele, vienen urgiendo un gesto colectivo para hacer despertar a Jaén de su prolongado sueño.
Esta resignación tan instalada en los pilares de la sociedad provincial, ha tenido su reflejo en todo, por ejemplo en lamentables experiencias urbanísticas, en crecimientos por lo menos criticables, y claro, evidentes procesos de especulación, de actuación de la piqueta demoledora sin piedad y con descaro.
Este mal de Jaén casi siempre cruzado de brazos, ha consentido el derrumbe de algunos signos de identidad y una cultura que hasta ayer mismo, ha sido la cenicienta y ha enseñado solo una parte, la menor, de un inmenso cofre donde se guardan tesoros que han ido dejando las civilizaciones y que nunca debieron dejar de ser estandarte y orgullo.
Aunque entremos en el otoño que es una estación que pudiera parecer triste, ya saben lo que le pasa a una persona cuando le invade la melancolía, la resignación o la pereza. Todos los demás pueden pasar a su lado como en una carrera entre atletas, que además tienen el plus de la competitividad. No es hora de echar más tierra sobre nuestro propio tejado ni de prolongar algunas siestas que han durado siglos.
Foto:
Vista de la ciudad de Jaén con su Catedral en el centro de la imagen.