Cada vez se aprecia más en las redes sociales la preocupación por la situación del medio ambiente. Aparecen más post, más reflexiones y frases que denuncian abiertamente el cambio climático, que va mostrando paulatinamente sus efectos; la gran pérdida de biodiversidad, en lo que ya se ha denominado como la sexta extinción (la cual, a diferencia de las anteriores, no está provocada por meteoritos, volcanes u otros desastres de magnitudes bíblicas, sino por la acción directa del ser humano); la desertización de los ecosistemas terrestres, o el grave problema de los plásticos (con el agravante de los omnipresentes micro-plásticos, que se introducen en nuestros organismos). Y así podríamos seguir enumerando los problemas ambientales asociados a nuestra forma de vida.
Es positivo que cualquier problema se visualice de manera masiva en las diferentes formas de escaparate que tiene nuestra sociedad. Pero con frecuencia el análisis se reduce a echarle la culpa al capitalismo, y ya está. Creo que es una conclusión apresurada, que no ayuda a poner en marcha soluciones, que urgen.
Ciertamente el capitalismo salvaje está detrás de latrocinios ecológicos, amén de injusticias sociales, violación de derechos humanos, etc. Pero no es el único que canaliza una avidez desmesurada, auténtico origen del problema. Es un poco simplista denunciar con cierta vehemencia que la culpa la tiene el Capitalismo, porque las situaciones de graves alteraciones ambientales las encontramos también en otros regímenes en los que el poder se ha ejercido sin control, desatando ambiciones desmedidas, sean de un clan, como en el caso de tiranías personales, sean de una ideología, como ocurrió en la antigua Unión Soviética y sus satélites o actualmente en China. Es un problema de codicia fuera de control, que aspira a saltarse todas las barreras, de tipo ecológico, social o individual.
Por otro lado, la propia forma de expresarlo, utilizando la tercera persona del singular (“él”), pone fuera de nosotros el agente causal de los problemas ambientales. Y no es verdad, al menos para la mayor parte de nosotros.
Es cierto que el modo de vida capitalista sin ninguna regulación, basado en el incremento del capital con los menores costes posibles, es el origen, directo o indirecto, de tantos males ecológicos, sociales e individuales, pero no es menos cierto que la mayor parte de nosotros somos agentes del capitalismo como consumidores (compulsivos en diferentes grados) de todo lo que el capitalismo produce.
Seamos realistas, no va a aparecer un superhéroe que destruya al capitalismo, como si este se personificara en un supervillano. No veo a las democracias occidentales prohibiendo el régimen capitalista de la economía. Y sin embargo urge cambiar el sentido de esta dinámica destructiva.
Si al dragón no lo va a eliminar nadie, queda la opción de aplacarlo, vía regulaciones legislativas (cuyos resultados, a la vista está, dejan mucho que desear en demasiadas ocasiones) u otra opción más directa: quitarle la comida al dragón.
Todos estudios que se han realizado sobre el colapso ambiental al cual parecemos dirigirnos, inciden en que es fundamental reducir la demanda de recursos materiales y energéticos. Tenemos que reducir nuestro consumo, y si eso se lleva a cabo a una escala apreciable, producirá efectos en cascada en todo el sistema. Hay que reducir el consumo de plásticos, de energía, de agua, de todo aquello que realmente no nos hace falta. Hay que acostumbrarse a vivir con menos, con mucho menos.
Aparte de la información “técnica” sobre los procedimientos a seguir o sobre las características y consecuencias de los productos que compramos, hay actitudes individuales que pueden ayudar a revertir la dinámica del consumo:
Compartir todo lo que se pueda. El problema ambiental es de todos, y sólo juntos se soluciona.
Aprender a disfrutar de los mejores sentimientos y de la imaginación. Recuperar la vida fuera de internet.
Desarrollar la sensibilidad, la capacidad reflexiva, la convivencia, la vida interior en definitiva.
Comprometerse con una causa justa, bella o buena.
Desarrollar todo el potencial: nuestro lugar natural es ser más humanos.
Aunque parezca que no tienen nada que ver con el medio ambiente, en realidad pueden ser la clave decisiva, porque de llevarse a la práctica, nos ayudan a desarrollar lo mejor de nosotros mismos, todo nuestro mundo interior (no me refiero a un estado místico o religioso, sino el ámbito interno donde se desarrollan nuestras facultades como seres humanos) que nos permitiría reducir nuestra dependencia exterior (vía consumo) para ser felices (objetivo principal de todos y cada uno de nosotros).
Hay que seguir insistiendo en que los legisladores y los gobiernos articulen medidas más efectivas contra los graves problemas ambientales del planeta, que se regule todo lo necesario el desarrollo del capitalismo, para que las ambiciones de unos pocos no repercutan negativamente en el resto y en la naturaleza, pero nosotros debemos reducir y reorientar el consumo de manera sensible. Hay que quitarle la comida al dragón.