El pasado septiembre, en la ventana abierta que supone “Jaén
donde resisto” y que nos ofrece Antonio Garrido, compañero, amigo
entrañable y profesional de la comunicación, con el que tuve la suerte
de convivir en la amistad y oficio, este periodista escribía:
“Parece que todo está preparado, es decir a punto, para que los
próximos meses se conviertan en un intenso devenir político. Un
panorama pleno de asuntos y hechos, nos invitan no sólo a pensarlo,
también a prepararnos para, con la responsabilidad de todo
ciudadano, nos dispongamos a ejercer como tales”.
Y en ello estamos. Vamos, estamos ya en esos momentos
decisivos que suponen las votaciones del domingo 28 de abril, un
mes que ha estado repleto de una permanente actualidad política.
Ha sido, hemos asistido, a una viva realidad donde los líderes de
las distintas opciones y formaciones han ido desgranando, con más o
menos aciertos y fortuna, sus programas, su argumentario, a fin de
convencer a los millones de españoles llamados a concurrir a las
urnas que marcarán –de acuerdo a los resultados-, el futuro del país
durante cuatro años.
Es obligado referenciar cómo la campaña que han motivado las
elecciones, ha dejado mucho que desear. La clase política, -no toda-,
que en esta ocasión ha comandado y dirigido al ciudadano, aquellos
dirigentes que han orientado al votante, han actuado con falta de
capacidad y entrega al proyecto que representaban. Desde luego, sin
saber comunicar su mensaje. Sin hacer valer sus compromisos
ideológicos. Ha prevalecido la mediocridad de los intervinientes. El
conocimiento, se ha convertido en lo contrario; y de ahí, en los
debates, ha venido la bronca, el tú más, la falta de respeto. En fin un
decálogo de improperios como seña de identidad frente a un estilo
de formas, de buenas formas, que los españoles, la mayoría de las
veces, sabemos ejercer y practicar.
Creemos que en toda acción democrática se imponen unas
reglas de comportamiento apropiadas a una sociedad civilizada.
Ejemplos hay. El trabajo y la seriedad frente a la devaluación de
aquellos valores que hacen grandes a un pueblo soberano. Frente a la
disparidad de criterios, el diálogo. Mejor la unión que la discordia, la
sencillez y la serenidad, que la arrogancia y la altanería. Y no diremos,
con lo que acabamos de exponer, que no haya momentos de
enfrentamiento y exposición de ideas, pero desde una realidad de los
hechos, no de la mentira y la falsedad.
No vendría mal echar una mirada a los años de la transición para
aprender y seguir caminando, siempre en aras a un futuro más
solidario y justo. Abierto a todos y en señal de haber aprendido
aquellos “Sucedidos” ya en nuestros recuerdos.
Que la palabra sea, desde la verdad, la grandeza del ser humano,
en cualquier momento de la vida.
*Juan Antonio Ibáñez es periodista.