Si Carmen Calvo considera que La casa de Bernarda Alba es una comedia negra tiene un problema: Lorca jamás habría contratado a Saza para el papel de Pepe el Romano. Si, a causa de su evidente dificultad para interpretar la realidad, la vicepresidenta cree que la declaración de guerra del presidente catalán a España es sólo una chiquillada de mal gusto el problema es nuestro. Por una como esa buscan ahora en Alfacar el cadáver del poeta.
Los historiadores definirán un día el mandato de Zapatero, convulso y anticlerical, como la zona cero de la Tercera República. En la que cohabitan ahora, en un maridaje imposible, Felipe VI, el independentismo y Pedro Sánchez, esto es, el bueno, el feo y el malo. También Franco, dadas las ganas que le tiene el presidente del Gobierno al dictador, cuyo espantajo agita para espolear a la extrema derecha, si bien lo que provoca es que la clase media añore la época en la que con un sueldo pagaba la carrera de arquitectura del primogénito.
Sánchez, cuyo Dragón Rapide fue una sentencia tendenciosa, es la imagen deformada de Franco. Quiere ser su flebitis, pero es su epígono. A ambos les falta timbre de voz y le sobra arrogancia. Y ninguno de los dos alcanzó el poder por procedimientos limpios. Cierto que no es lo mismo una insurrección que causó centenares de miles de víctimas que una trampa urdida con los enemigos del Estado, pero les iguala su fobia a las urnas. Y les diferencia su carácter castrense. Huelga decir que en un combate a machete el presidente se desmayaría primero.