Es sabido que un endeudamiento razonable permite activar la economía propiciando un mayor nivel de consumo e inversión. Según algunos analistas, la crisis que intentamos superar es básicamente una crisis de endeudamiento producido por la drástica caída de los tipos de interés, la carrera por la cuota de mercado a que se lanzaron las cajas de ahorros y la laxa supervisión por parte de la autoridad monetaria. Estos tres aspectos facilitaron el rápido endeudamiento de las familias en la primera década pasada. Sin embargo, más tarde, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, esa ingente masa de deudas, que casi alcanzó el billón de euros llegando a representar el 151% del PIB, produjo unos insostenibles niveles de morosidad que puso en tela de juicio la viabilidad de algunas entidades, motivando la profunda reconversión del sistema financiero español ante la incapacidad de los hogares para hacer frente a las amortizaciones pactadas y alimentando la ya caótica situación de la actividad económica que provocó altas tasas de desempleo.
Normalmente estas crisis de alto endeudamiento requieren períodos muy prolongados, entre 8 y 10 años, para ser superados y, obviamente, sus efectos sobre el crecimiento, durante ese período de regeneración, se dejaron notar de forma clara, como hemos señalado anteriormente, en la actividad económica y en la destrucción de empleo.
La evolución de los niveles de deuda de los hogares y del PIB corroboran las anteriores manifestaciones. Así, entre 2000 y 2007 esos niveles de endeudamiento pasaron de representar el 69% del PIB al 151%, obligando a nuestro país a recurrir a financiación exterior para atender esa alocada carrera del flujo crediticio. En la actualidad, según los últimos datos facilitados por el Banco de España, la deuda familiar se ha situado en 706.058 millones de euros, un 60% del PIB, de los cuales 180.622 corresponden a créditos al consumo y 525.436 millones de euros a préstamos hipotecarios. Esta enorme reducción de los niveles de deuda, que alcanza casi los 300.000 millones de euros, ha supuesto un enorme esfuerzo para las disponibilidades líquidas de las familias y han tenido una especial relevancia en la evolución del PIB, que sólo ha retomado la senda alcista cuando esa minoración permitió liberar recursos nuevamente para destinarlos al consumo y la inversión.
Aunque los datos conocidos recientemente parecen indicar una continuidad de la recuperación de la apelación de las familias al crédito, todavía adolecen de la fuerza suficiente para apalancar convenientemente la recuperación de la actividad económica y, especialmente, del sector inmobiliario, sobre todo en lo concerniente a los préstamos hipotecarios, ya que el flujo del crédito nuevo sólo supera tímidamente a las amortizaciones de los préstamos en vigor. Por otro lado no podemos olvidar que los tipos de interés dibujan ya una tendencia alcista y que las entidades financieras han extremado sus criterios de concesión de las nuevas solicitudes aunque, por otra parte, tanto los niveles de consumo como la firma de nuevas hipotecas, están mostrando, según los últimos datos conocidos, una aceptable recuperación.