Como bien apuntan sociólogos y antropólogos, todo cambio de siglo implica un importante cambio de comportamientos vitales que marcan el nuevo estilo de los nuevos tiempos. En este contexto han surgido una serie de factores que habrá que tener muy en cuenta, con el fin de abordar con éxito el nuevo siglo XXI del que ya hemos recorrido su trecho inicial.
Por un lado, se destaca la prolongación de la esperanza de vida, que ha dado lugar a una importante masa de seres humanos mayores de setenta y ochenta años que configuran un nuevo escenario, puesto que muchos de ellos y de ellas están dispuestos a seguir en su vida activa y, por otro lado, aparece el núcleo de las nuevas generaciones que constituyen el futuro vital de la sociedad. Entre ambos extremos se encuentran los restantes miembros de la población activa que se ven presionados por los mayores y por los jóvenes. Si nos detenemos a observar el comportamiento de estos tres niveles generacionales podemos colegir que las relaciones intergeneracionales no se han resuelto bien.
No deja de ser curioso cómo en las sociedades tradicionales, que se catalogan incluso como primitivas, existía un acuerdo tácito, recogido por sus propias costumbres y que incluso llega a reflejarse en su derecho consuetudinario, del respeto a los mayores y del cuidado de los jóvenes. Se trata de un reto importante que se relaciona con el diseño de cómo deseamos que sea nuestra sociedad. La cuestión es que cuando se produce una ruptura generacional todos los estamentos de la sociedad sufren, puesto que no atinan a encontrar el lugar que les corresponde y de ese modo no aciertan a desarrollar y cumplir con sus responsabilidades de ciudadanía.
En estas circunstancias mi propuesta es la siguiente: las generaciones intermedias deberían velar por el confort y el respeto de los ancianos y éstos, a su vez, velar por la formación de las generaciones futuras y de ese modo se podría establecer un sistema escalonado de responsabilidades sociales en el seno de nuestras sociedades actuales. Por lo que respecta a los llamados “miembros activos de la sociedad”, es decir, la generación intermedia, resulta claro que representan la fuerza de desarrollo más importante y sobre la que recae la mayor parte de la responsabilidad como miembros de la comunidad a la que pertenecen.
Por otra parte, los ancianos, tanto aquellos que se han retirado por completo como los que desean permanecer activos, pueden acogerse a determinados tipos de actividades, generalmente relacionadas con el voluntariado, que les permiten ejercer un papel en el medio en el que se desenvuelven, con excepción de aquellos casos en los que el propio medio, por mero egoísmo, intenta depurarles. Quedan, finalmente, las generaciones futuras que, tal como se han desarrollado las actuales tónicas sociales, pueden convertirse en unas generaciones “perdidas”. En Europa ha surgido la figura de los “ni-ni”, es decir, aquellos que ni estudian ni trabajan y que como tales parasitan en los hogares de padres o de abuelos. En Japón está el caso de los “hikikomori” (aislados) que deciden encerrarse en sus habitaciones y no salir de sus casas, incluso durante décadas y ante los cuales la sociedad japonesa no sabe cómo reaccionar. En Centro América están proliferando las “maras”, que trafican con droga y con armas y se han convertido en auténticas mafias a las que la policía no logra controlar. Todos estos fenómenos generan desamparo y desarraigo que van deteriorando la personalidad porque no vislumbran una salida a los problemas que les plantea la sociedad, tales como el desempleo, las dificultades para la emancipación, la inseguridad ciudadana, por citar los más lacerantes.
Lo que resulta más preocupante es que estos jóvenes tienen la sensación de que carecen de futuro. La pregunta es ¿de quién es la culpa? Quizás, la respuesta es que la culpa sea de todos, pero, en todo caso, habrá que buscar soluciones, porque el futuro de nuestra sociedad se encuentra en sus manos. Los psicólogos lo han llamado el “efecto desánimo” pues les incapacita para reaccionar y les sume en un abatimiento del cual cada vez les resulta más difícil salir. Estas nuevas generaciones se encuentran atenazadas, ya no por un futuro incierto sino, lo que es peor aún, por un presente frágil y cambiante que genera inseguridades.
Personalmente, entiendo que falta visualizar a las generaciones futuras. Me refiero a que a la clase activa se la identifica y censa por sus actividades laborales, a los mayores con la catalogación (bastante desafortunada) de la tercera edad y, en cambio, a las nuevas generaciones futuras se las diluye en un magma incierto que reclama una conceptualización. Como he apuntado, estamos hablando de un colectivo sumamente sensible sobre el que se apoya el futuro de nuestras sociedades y al que le deberíamos prestar más atención y cuidados en su formación desde la más temprana edad.
Es muy probable que en la búsqueda de soluciones se pueda caer en lugares comunes que den la sensación de que “eso ya lo sabemos”, pero deberíamos admitir que el deterioro de valores que se ha producido y se está produciendo en este primer cuarto de siglo resulta alarmante y reclama un regreso a la recuperación de los criterios básicos sobre los que se han fundamentado todos los modelos civilizatorios, incluso, podríamos apostillar: desde la más remota antigüedad.
La cuestión radica en que tenemos la enorme responsabilidad de formar a las nuevas generaciones con perfiles didácticos que estimulen la conciencia ciudadana y el sentido de comunidad en la que vivimos y a la que nos debemos. Concretando: valores como los fundamentos democráticos sobre los que debe apoyarse la buena gobernanza del Estado, la solidaridad con los más desfavorecidos, la regulación jurídica sobre la que debe apoyarse el Estado de derecho, otorgando a la ciudadanía no sólo derechos sino también obligaciones, la protección y garantía de los derechos humanos, el respeto a los ancianos, el sentido de servicio desde los modelos de actividades basadas en el voluntariado, son mínimos necesarios sobre los que debe forjarse una sociedad que se respeta a sí misma.
Es verdad que todas estas consignas pueden quedar en “papel mojado” sobre las hojas de estos cuadernos de reflexión, pero está determinado en nuestra responsabilidad que demos a las “generaciones futuras” la formación más sólida que podamos pues sobre ella se va a cimentar el edificio de las sociedades del mañana. Me preocuparía que siguiese vigente aquel escrito titulado “Aullido” de Allen Ginsberg, el filósofo de la generación Beat, tan lúcido como crítico cuando dijo, “He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz”
Nos enfrentamos a un reto que no debemos soslayar pues hay mucho en juego.