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La economía española ha conseguido mantener un crecimiento sostenido  desde 2015 registrando crecimientos superiores al 3%, lo que ha permitido la creación de casi un millón y medio de puestos de trabajo, aunque su calidad resulte bastante mejorable.  Una serie de factores han coadyuvado a lograr  que nuestra economía remonte el vuelo;  factores, entre otros, como  tipos de interés,  inéditamente bajos, precios de los combustibles  en niveles desconocidos   hasta dos meses atrás, moderación salarial, aumento de la demanda agregada,  en primer término  por el excelente comportamiento de las exportaciones, y  posteriormente complementado por el consumo interno de los hogares,   y paz social y laboral han apuntalado ese buen  comportamiento.

Sin embargo todos los indicios apuntan a que a partir del año que hemos iniciado estos positivos indicadores se moderarán sustancialmente, lo que determinará que  los niveles de crecimiento para 2018 desciendan al 2,3% según todas las estimaciones,  incluidas las del propio gobierno.

Efectivamente, según todos los indicios,  los factores señalados anteriormente que contribuyeron  a magnificar el aumento de la actividad económica, corren ahora el riesgo de sufrir  negativas alteraciones,  que afectarán de igual forma  a la actividad económica. Me refiero  en concreto al precio de las gasolinas, cuya dinámica actual alcanza cotas  muy superiores a las que se registraban sólo hace unos meses, a los tipos de interés que más  pronto que tarde iniciarán el camino de vuelta para escalar a niveles  crecientes progresivamente, y  al tirón del consumo de los hogares,  que repuntó  una vez superada la sensación de incertidumbre de los primeros años de la crisis y que, ante la congelación salarial,   debió  sostenerse  tanto  a costa del  ahorro privado  como  de  la financiación ajena, pero que ahora, según todos los registros,  ya denota una desaceleración  evidente.

Por otro lado esta situación nos convierte en uno de los países más vulnerables  en el futuro,  ya que al no poder controlar los incrementos previstos para las dos variables relativas tanto  a los tipos de interés  como  al precio de los combustibles. si queremos mantener el ritmo de crecimiento  es necesario replantear las políticas salariales con objeto de que el mantenimiento del  consumo, no continúe mermando  el  ahorro o, incluso, requiera  de una apelación más sostenida del  endeudamiento  ya  que el costo del mismo se encarecerá próximamente, lo que detraerá recursos en detrimento del consumo  y,  sobre todo,  si tenemos en cuenta que más de 60% de los asalariados  consumen actualmente  por encima de los niveles que les permite su salario. 

En este mismo aspecto la subida de tipos de interés supondrá drenar más liquidez de los hogares, pues obviamente se incrementarán los recibos mensuales de las hipotecas, por lo que las transferencias de rentas que se han producido desde las rentabilidades de los ahorradores aunque  retornarán  a estos por la mayor  retribución de sus depósitos,  lo harán  a mucha menor escala y más lentamente.

Por tanto el consenso general coincide en que la revalorización de los salarios, junto  al más decidido incremento del  gasto estatal,  se erige como  el factor más apropiado e indispensable   para contrarrestar los efectos  de la evolución negativa de otras variables  y además,  igualmente,  se aduce que esta revisión salarial debe compensar la  patente desigualdad  en la distribución  de la riqueza que se está produciendo  ahora.

 

 

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