Mi experiencia con el Belén ha sido siempre personal, y ceñida a la puesta en práctica de una tradición en casa de mis padres, y luego, cuando me ha tocado serlo a mí, la he seguido para disfrute de mis hijos. Pero, por una circunstancia que no viene al caso, hace un año tuve la ocasión de recorrer y visitar veintitantos belenes en nuestra jiennense ciudad, acompañado de personas entendidas y entusiastas de esta práctica, y pude verlos en un contexto diferente, más amplio. Y he disfrutado, no porque me considere belenista, que no lo soy, sino porque he valorado una genuina expresión cultural, he disfrutado de cultura, como cuando se tienen otras vivencias culturales. Y eso es lo que pretendo trasladar con estas palabras al amable lector: mi descubrimiento de los belenes, como una rica e insospechada expresión cultural.
Más allá del contenido de vivencia religiosa que cada cual quiera darle, y sin dejar de tener en cuenta que un belén se circunscribe forzosamente a un conjunto de hechos de la vida de Jesús, la riqueza cultural estriba en varios factores que quiero señalar.
En primer lugar, se trata de una narración de una serie de relatos, cuyo esquema es invariable, pero que puede contarse de muchas maneras diferentes, utilizando como lenguaje únicamente imágenes. Todo esto hace que el belén pueda tener una plasticidad muy rica, combinando muchas formas, colores y escenas muy variadas. El resultado puede ser espectacular, porque en un belén bien construido, pueden percibirse, pueden leerse, muchas historias diferentes en torno al argumento principal. Y esta es una genuina expresión cultural.
Además, el belén se vive intensamente por parte del que lo realiza. Más allá de la creencia religiosa, el belenista planea su belén con mucho tiempo; cada año es diferente, en cada ocasión se recrean distintos relatos, o se cuentan de diferente manera, generando escenarios y ambientes distintos, o incorporando nuevos personajes.
Con todo, el belén refleja la personalidad de su creador, como no podía ser de otra manera cuando se cuenta con tantas combinaciones, con tantas posibilidades. He podido escuchar cómo algún belenista relataba las fuertes discusiones con su hijo a la hora de crear el belén entre ambos.
Por último, he visto que esta intensa expresión cultural está al margen de los cánones oficiales, libre e independiente de subvenciones, de los dictados o de las consignas de la moda o lo políticamente correcto. Y eso me ha gustado, me ha gustado mucho. La gran afición por el belén por parte de sus creadores, siempre ha surgido en el seno del hogar: un padre, una madre, un tío, un abuelo, han contagiado desde la infancia, en el reto de contar una historia, la misma historia, pero de diferente manera cada año. Formidable reto para el ingenio humano.
Después de haber disfrutado de esta popular tradición, aplaudo a los belenistas, que recrean una forma de cultura íntima y preciosista, que se afanan por contar las mismas historias de diferente manera cada año.