En no pocas ocasiones me he lamentado de la aparente pasividad del pueblo de Jaén, que parecía sumido en un profundo letargo como si se hubiera rendido ante una clase dirigente mediocre y acomodada. La sensación de que los jienenses habían renunciado a reclamar lo que es suyo y a poner encima de la mesa su propia dignidad, nos hacía pensar a muchos que nuestra tierra quizá no tuviera remedio.
Pero, como todo en la vida, también la aparente conformidad tiene un límite y el pueblo de Jaén decidió decir basta el sábado y enfrentarse a quienes tienen a Jaén sumida en un desesperante punto muerto. En este escenario decadente el lagarto de Jaén ha despertado y lo ha hecho como era de esperar: rugiendo. Miles de jiennenses se plantaron en mitad de la ciudad a más de cuarenta grados y reivindicaron un futuro que les pertenece.
El abandono al que está sometida la ciudad debería sonrojar a sus gobernantes que, sin embargo, no se avergüenzan de cobrar cada mes una elevada nómina que no se corresponde con el desempeño realizado. Si el Ayuntamiento de Jaén, el Parlamento o el Congreso fueran una empresa, no me cabe la más mínima duda de que casi todos los cargos públicos estarían despedidos.
Y es que la culpa de lo que pasa en nuestra tierra además de heredada es compartida, pues todos los dirigentes de una y otra Administración, con independencia del color político, tienen por costumbre mirar a las sedes de sus partidos políticos antes que a sus vecinos a la hora de votar. Lo importante es el sillón y ese, por ahora, lo da y lo quita el jefe de filas, no quien vota y la lección en este terreno está muy bien aprendida.
La resistencia a las listas abiertas esconde el miedo a que los ciudadanos elijan a quienes quieren que les representen y que para ello decidan libremente que sean, sencillamente, los mejores. Por mucho que resulte un fantástico acomodo, lo cierto y verdad es que no todo el mundo está preparado para gobernar, por muy amigo que sea del líder o por muchos años que lleve haciendo favores a sus dirigentes.
El resultado de elegir siempre a los más fieles y no a los más competentes no es otro que instituciones plagadas de dirigentes sin personalidad alguna que no van a poner nunca en peligro su estatus, por mucho que ello suponga dar la espalda precisamente a quienes justifican su existencia: los votantes. Es por eso que en Jaén ha nacido un movimiento ciudadano que ha irrumpido con fuerza simplemente porque ha apelado a lo más elemental, que no es otra cosa que a la responsabilidad.
La deriva que tomará lo que empezó el sábado es difícil de saber pero no me cabe duda de que puede suponer un antes y un después. El color político que cogerá –porque lo hará- este movimiento ciudadano me resulta una incógnita pero bienvenidos sean quienes decidan zarandear las poltronas de los acomodados, sobre todo, si el ruido que hagan sirve para que lo nuestro, y no lo de ellos, sea lo primero.