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Por EDUARDO LÓPEZ ARANDA /

El Canto de los Inquebrantables

En la primera juventud del siglo XX, cuando España se debatía entre los ecos de viejas glorias y el peso de nuevas amenazas, nació una fuerza que desafiaría el tiempo, los elementos y la muerte misma. La Legión Española, una hermandad forjada en el sacrificio, irrumpió en la historia como un grupo de guerreros dispuestos a dar sus vidas por una patria que oscilaba entre el caos y la esperanza. Este relato no trata solo de batallas, victorias o derrotas. Es un homenaje a los héroes anónimos, a aquellos cuyo sacrificio y espíritu indomable marcaron el destino de generaciones. Porque la Legión, con su alma de hierro y su corazón ardiente, no es solo una unidad militar; es un símbolo, una llama que arde con una fuerza inquebrantable en los rincones más profundos de la memoria española.

El nacimiento de la Legión: El eco de una época

Tiempos de guerra y desolación, recuperándose de los ecos de una gran derrota: la pérdida de las colonias, buscando una nueva identidad en el firmamento de las naciones. En esos días sombríos, un hombre de hierro emergió del caos, marcado por el legado de los últimos de Filipinas: el teniente coronel José Millán-Astray. Con un espíritu audaz y una visión que desbordaba los límites de la razón, concibió una fuerza de élite destinada a llevar el nombre de España a las tierras más lejanas y peligrosas. La Legión no era solo un ejército, sino una hermandad forjada en la adversidad, como los antiguos héroes que desafiaban a los dioses en la antigua Grecia. Hombres de todos los rincones del mundo se unieron a ella, atraídos por su promesa de lucha sin cuartel, por la certeza de que la gloria y la muerte caminaban codo con codo en su destino. Los legionarios se entrenaron con una disciplina implacable, no solo para ser soldados, sino para convertirse en héroes.

El Nacimiento de una Llama

En la fragua del viento cruel
se forjó la Legión de honor,
su grito de hierro y laurel,
su patria en el pecho de ardor.

Allí, entre sombras y guerra,
Astray -con su fuego- exclamó:
«Seremos la llama que aterra,
la llama que nunca murió.»

La sangre en las arenas del desierto

El viento abrasador del Rif no daba tregua. En 1921, en las áridas tierras de Marruecos, los soldados de la Legión se enfrentaron a un destino cruel y aterrador. La guerra en el Rif era una lucha implacable contra una feroz resistencia de tribus locales que conocían cada rincón de la montaña, cada rincón del infierno. Allí, en la inmensidad de las montañas y desiertos, el espíritu de la Legión se forjó en el yunque del sufrimiento. El nombre rifeño, del Socorro de  Melilla… resuenan como una de las hazañas más heroicas de la historia de España. En aquellas lides desiguales, más de tres mil legionarios fueron rodeados por un enjambre de rifeños, y la situación era tan desesperada que muchos creían que la muerte sería su único destino. Pero la Legión, lejos de rendirse, luchó hasta el último aliento. A pesar de la falta de suministros, de la escasez de agua y de la muerte que se cernía sobre ellos, los soldados mantuvieron su honor intacto. Fueron los ojos del Cabo Terreros los que, desde lo alto de la colina, miraron con intensidad el horizonte, buscando en él la salvación que nunca llegó. Y cuando la muerte los alcanzó, no era el miedo lo que se reflejaba en sus rostros, sino el orgullo de haber resistido hasta el final. La Legión, en esas jornadas tan crueles, se convirtió en leyenda.

La Sangre del Rif

Marcharon con furia y sin miedo
bajo un cielo roto y hostil,
sus almas ardían con credo,
su paso era firme y febril.

La Legión en la sombra creció,
su espíritu nunca cayó,
pues fue la bandera que el sol
a España en su seno dejó.

Sobre cumbres de niebla y dolor
cayó la Legión sin temblar,
en el Rif, donde reina el horror,
su sangre fue río al luchar.

Con lanza en el alma de acero,
sin miedo, sin paso atrás,
sus hombres vencieron primero,
y su eco en la roca quedó.

Badajoz: La leyenda viviente

Ecos de guerra resonaron nuevamente, con la fuerza de un viento imparable. España se vio inmersa en un conflicto que fracturaría familias, amigos y hasta las raíces mismas de la nación. Sin embargo, la Legión fue convocada una vez más para cumplir con su destino: ser el brazo de hierro que lucharía por la patria, no por un bando, sino por la idea de la unidad nacional. En la toma de Badajoz, los legionarios mostraron su indomable determinación. En un asalto brutal, donde los hombres luchaban codo a codo, la Legión avanzó sin descanso. El  «León de Badajoz», dirigió la ofensiva con la misma firmeza que los antiguos generales romanos. En medio del caos de la batalla, el valor de los legionarios nunca flaqueó. Fueron miles los caídos, pero también miles los que se levantaron, listos para seguir combatiendo.

Badajoz, la toma de la gloria

Badajoz cayó con la historia,
mas nunca su nombre murió,
pues fue la Legión su memoria,
su espíritu fiel la abrazó.

Su canto de guerra aún suena,
su furia jamás morirá,
su voz con la brisa resuena,
y en gloria su nombre irá.

Ifni: La larga sombra de los héroes

La Legión volvía a ser convocada. ¡Siempre la Legión! Esta vez en el cálido desierto de Ifni, al sur de Marruecos. Allí, en la vasta llanura desértica, la Legión española se enfrentó a una nueva amenaza. La tierra quemada, la arena que ardía bajo el sol y las rocas que parecían desafiar al hombre, fueron testigos de una nueva hazaña. Esta vez, los soldados legionarios luchaban por la gloria de la patria, buscando la supervivencia de una misión en un entorno inhóspito. Siempre en sus corazones y sus cuerpos las penurias y la dureza de las condiciones, pero los legionarios combatieron con la misma valentía que sus antecesores en el Rif. Si algo había quedado claro a lo largo de la historia de la Legión, es que el corazón de un legionario nunca se apaga. Es una llama eterna que arde en la memoria y en el alma de quienes creen en su causa.

Ifni, el Último Canto

Y, aunque el polvo se trague su ser,
su eco jamás morirá,
la gesta del Tercio ha de ser
memoria que el tiempo alzará.

Ifni quedó en fuego y ceniza,
y el viento su historia guardó,
pues nada en la guerra agoniza
si el alma jamás se rindió.

El último llamado: La eternidad de la Legión

Más de una centuria y la Legión ha seguido su camino, no solo en el campo de batalla, sino también en el corazón de España, como un símbolo eterno de honor, valentía y sacrificio. Los héroes de la Legión no caen en el olvido; sus nombres son leyendas vivientes, recordadas por aquellos que conocen sus hazañas. Son hombres que, más allá de la muerte, se han convertido en mitos, en símbolos que desafían el paso del tiempo. En cada soldado que inscribe su nombre, en cada joven que marcha bajo la bandera de la Legión, resuena el eco profundo de aquellos primeros héroes, de quienes enfrentaron la guerra no solo con armas, sino con la certeza de que el honor y la patria son las únicas verdades eternas. La Legión, la más valiente de todas las tropas, sigue siendo la sombra que se proyecta sobre la historia de España, una historia forjada por hombres que vivieron como héroes, y cuya memoria perdura en el viento que susurra su nombre a través de los siglos.

La Eternidad de los Inquebrantables

En tierras de sombra y horror,
la Legión sin temblar avanzó,
la muerte cayó sin temor,
mas nunca su voz se apagó.

Honor y valor en su pecho,
su credo no supo dudar,
por patria, por sangre y por hecho,
su furia no supo callar.

En gloria de guerra y pasión,
su alma en la historia quedó,
y en cada rincón de la acción
su grito de nuevo sonó.

La Legión en su estirpe pervive,
su fuego jamás cesará,
en guerra su espíritu vive,
su llama por siempre arderá.

Epílogo

I

En tierras de sol inclemente,
donde el viento rasga la piel,
nació con valor imponente
la Legión, de hierro y de fe.

Su alma es furiosa tormenta,
sin miedo, sin tregua, sin fin,
su credo, una llama que alienta:
«¡Viva la Muerte!», su sentir.

II

Donde la vieja Melilla,
desembarca el Tercio audaz,
y enfrenta la guerra en vigilia,
con sangre, con furia, sin paz.

Allí se forjó su destino,
morir era honor y deber,
no hay miedo en el pecho divino,
que en muerte su gloria ha de ser.

III

La sombra de Astray los cubría,
y en tierras del Rif sin cesar,
con furia su espada lucía
Arredondo, listo a luchar.

Su espíritu nunca vacila,
su alma no teme caer,
«Vivir es de gente tranquila,
morir es deber del saber.»

IV

Los años pasaron, la guerra
cubrió con su luto la piel,
y el Tercio, sin miedo a la sierra,
se alzó con su fuego tan fiel.

Franco en su mirada veía
un credo que nunca murió,
«Ser Legionario es por vida,
morir por la patria es honor.»

V

Lejanas las tierras de Bosnia,
la muerte tejió su sudor,
y el Tercio, con férrea custodia,
marchó sin mostrar su temor.

Muñoz Castellanos luchaba
con fuerza, con honra y ardor,
y el credo en el viento brillaba:
«La patria es mi único amor.»

VI

Sarajevo, sombra y ceniza,
la guerra sin tregua dejó,
y el Tercio, con furia precisa,
se alzó donde el miedo tembló.

«El alma jamás retrocede,
el cuerpo se cansa quizás,
mas nunca el honor se doblega,
ni el fuego se apaga jamás.»

VII

España, doliente en su herida,
clamó con angustia y dolor,
y el Tercio, su sangre encendida,
corrió a levantar su esplendor.

En Lorca su mano tendieron,
Valencia sintió su poder,
«Quien llora no llora en desierto,
la Legión le acude a socorrer.»

VIII

«¡Viva la Muerte!», su grito
resuena en la historia sin fin,
es fuego, es pasión, es rito,
es furia que arde hasta el fin.

Su espíritu nunca perece,
su sombra jamás morirá,
la guerra tal vez desfallece,
la Legión jamás faltará.

IX

Sahara, Irak y Oriente,
su huella en la arena quedó,
su nombre, bandera y pendón,
su credo, la gloria y honor.

«¡Morir por España es la vida!»,
resuena su voz sin cesar,
la guerra jamás se termina,
la Legión no sabe callar.

X

Hoy, como ayer, su camino
se forja en su fiel corazón,
no busca la gloria el destino,
su espíritu es ley y pasión.

En cada misión y en la sombra,
su fuego de nuevo arderá,
la Legión jamás se deshonra,
su nombre jamás morirá.

XI

Y cuando los siglos se extingan
y el polvo se asiente al final,
la Legión con fuerza aún grita,
su eco será inmortal.

Su espíritu nunca se apaga,
su estampa no ha de caer,
«¡Viva la Muerte!», proclama,
«¡España por siempre ha de ser!»

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