Por IGNACIO VILLAR MOLINA / Davos es una ciudad Suiza dónde anualmente el World Economic Forum organiza un encuentro al que acuden representantes de Jefes de Estado, líderes políticos y económicos, empresas, sociedad civil y medios de comunicación para analizar sobre los principales desafíos globales y los riesgos que debe encarar el mundo. Las reuniones de este año, celebradas recientemente, se han desarrollado en un contexto global actual marcado por las incertidumbres geopolíticas y económicas, tensiones comerciales, polarización cultural y crisis climática. Sin embargo también debería haber sido una oportunidad para debatir sobre el impacto positivo de las tecnologías, como la inteligencia artificial, la computación cuántica y la biotecnología que prometen impulsar la productividad y mejorar el nivel de vida en todo el mundo, y, especialmente, para medir si los efectos de esta coyuntura económica favorable que vive el mundo se extienden de igual forma tanto a las clases medias de los países más desarrollados como, especialmente, a los más desfavorecidos de otros países.
Sin embargo, una vez más, siguiendo la pauta que viene manteniendo durante muchos años, Davos ha decepcionado ya que la sensación que sugieren estos encuentros, cuya antigüedad pasa de los 50 años, sólo atañen a una casta muy definida y concentrada que se desliga de los problemas que preocupan a la ciudadanía, y que sólo atiende a profundizar en cómo trazar los itinerarios propicios para seguir incrementado su hegemonía y los beneficios propios o de sus empresas.
Según el informe de riqueza global en 2023, realizado por los bancos UBS y Credit Suisse, el total de la riqueza mundial ascendía a 454 billones de dólares, de los cuales el 45.8% estaba en manos del 1.1% más rico de la población. La riqueza de los millonarios ha aumentado desde 2020 en 26 billones de dólares (el 63% de la nueva riqueza generada), mientras que sólo 16 billones (el 37%) llegaba al resto de la población mundial donde 1.100 millones de personas viven en la pobreza extrema, de los cuales el 40% residen en países en situación de guerra, en máxima fragilidad (menos de 30 dólares al día), y casi 700 millones subsistían con 2.15 dólares diarios.
Pero no es sólo esta realidad más deprimida es deplorable, otros segmentos de la población también constatan su pérdida de status. La OCDE sitúa la clase media en la proporción de la población que dispone de unos ingresos entre el 75% y el 200% de los ingresos medios del conjunto de la población. De su fortalecimiento o debilidad dependen los pilares que sostienen la sociedad; una clase media amplia suele ir asociada a una mayor cohesión social y a una mayor capacidad de crecimiento económico. A nivel mundial en los últimos 40 años el número de personas consideradas económicamente incluidos en este segmento ha crecido un 40%, sin embargo en los años más recientes, en los países desarrollados y más industrializados, la tendencia ha sido inversa ya que la clase media se ha reducido de forma clara, es decir, ha experimentado un retroceso pronunciado, persistente y generalizado.
Por otro lado, la configuración mundial que están proyectando las primeras medidas firmadas por el nuevo presidente de EEUU, están sobrecargadas de un proteccionismo a ultranza colmado de nuevos obstáculos que nada tiene que ver con la meta general deseada de una visión que facilite el avance universal, y evite las incertidumbres y desafíos, quizás menos cruentos que los bélicos, pero de una expansión que posiblemente sea más perniciosa para la actividad económica global.
Efectivamente, la convicción de Donald Trump de que el libre comercio ha debilitado de forma considerable a la economía de EEUU exige que la medida para equilibrar las balanzas comerciales que mantiene con otros países y, en especial, con China, deben pasar por restringir las importaciones a través de incrementar altos aranceles. Esta visión supranacional de Trump está basada en la supremacía que, según su opinión, tiene su país sobre el resto del mundo de tal forma que son los demás países los que necesitan a EEUU sin que este país dependa en absoluto del resto de los países del mundo. Este posicionamiento particular está avalado por la alianza que ha establecido con los grandes magnates de las principales tecnológicas americanas. En realidad, en mi opinión, es que esta apuesta de Trump tiene su base en considerar a China como el mayor desafío estratégico en su pugna por ostentar la primacía tecnológica mundial, y no sólo atizará y recrudecerá las relaciones comerciales con China y, por ende, con el resto del mundo, sino que servirá para consolidar los antagónicos bloques económicos y políticos.
Ante tal escenario importa saber el papel que va a seguir Europa ya que no puede quedar al margen de todos estos trascendentales movimientos que está sufriendo el tablero geopolítico mundial. En este contexto el reto es si la UE va a permitir que las grandes tecnológicas campen por sus respetos y tomen la decisión de hacer respetar con rigor sus propias leyes. En esta línea está el anuncio de la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula vor der Leyen, de movilizar 200.000 millones de euros para invertir en Inteligencia artificial para evitar no quedar como un convidado de piedra a la fiesta del futuro que no es otra que la fiesta tecnológica. Ya el informe de Draghi, hace unos meses, clamaba por una reacción inmediata en este sentido: “potenciar la innovación y reducir la brecha tecnológica respecto a EEUU y China porque mientras que los americanos innovan y los chinos replican la Unión Europea regula”, para lograr el éxito de esta reacción es necesario que la institución europea, léase los países miembros, confirmen la apuesta por una reactivación, lo que exigiría, por una parte una cuantiosa inversión en seguridad y defensa, y por otra que aborde unas recetas muy concretas que pasan por finalizar la Unión Bancaria y diseñar un Fondo de Garantías de Depósitos común para todos los países. Pero ante la racha de acontecimientos que están ocurriendo desde la llegada de Trump los ciudadanos europeos tenemos la sensación de que podemos quedar meramente como súbditos de sus decisiones de todo orden, tanto por el indudable impacto económico que está ya teniendo el tema de los aranceles, como en lo que respecta a la controvertida solución que está disponiendo para la guerra de Ucrania y el conflicto de Gaza, sin contar y, ni siquiera, constatar con la Unión Europea acuerdos que les afectan directamente.
Así, después de algunos años siguiendo las novedades que se producen en estas reuniones de DAVOS, se constata que no sólo estos encuentros no ayudan a clarificar la intrincada situación socio económica global y propiciar un mayor desahogo económico general como consecuencia del avance económico que se está produciendo, sino que este progreso sigue acaparado por los más potentados, e instituciones económicas y políticas. Y por si faltara leña en la hoguera los llamamientos del Secretario General de la OTAN, Mark Rutte a los países que integran esta organización, especialmente a los más remisos, (léase Unión Europea), para incrementar la partida presupuestaria dedicada a defensa con el fin de facilitar un rearme más contundente y general para garantizar la seguridad en Europa, dar garantías a Ucrania de que permanecerá defendida de posibles próximas desvaríos invasores de Rusia, y apaciguar las exigencias de EEUU, supone en realidad una advertencia más desoladora y demoledora que encierra un aterrador aviso sobre la inseguridad que nos rodea lo que nos exige estar en estado de alerta permanente.
En definitiva, no es esta la situación geopolítica y económica del mundo que queremos.