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Antonio de la Torre Olid /

            La falta de predicamento que ha tenido la serie “Moncloa cuatro estaciones”, que pese a su buena factura y una cuidada producción y medios por parte de un reputado sello, no consiguió llamar la atención de las grandes plataformas de emisión, que posteriormente quedó para suscriptores del diario El País y finalmente se ofrece en abierto en YouTube… es un síntoma más de la demencial bipolaridad política en que vive este país. Otra metáfora más del Broncano y Motos y de una interpretación de las cosas que lo inunda todo.

            Es decir, ya había una mitad del electorado que antes de calibrar el interés de su contenido, tenía muy claro que no solo no la vería, sino que les daba más madera y combustible para alimentar la crispación.

             Pero es que, aunque a veces política y Estado confluyen, en muchas ocasiones no son la misma cosa. Una radiografía del trabajo en una institución, de sus instalaciones, de sus profesionales, hasta de sus fontaneros, de un lugar visitable y didáctico, de todo el trabajo de trastienda que desemboca en una proyección y presencia nacional e internacional, no ha merecido atención. Y ello, por más que pudiera pensarse que se podría hacer abstracción de sus protagonistas para ver qué ofrece.

           La transparencia es una obligación normativa pero también puede ser voluntaria. Así lo son las jornadas de puertas abiertas del Congreso cada Día de la Constitución, la implantación de la sesión de control al Gobierno o imponerse una dación en cuentas respecto a los compromisos electorales, coincidiendo en los próximos días con la finalización del cada año de la legislatura.

            El éxito de la mítica serie americana “El ala oeste de la Casa Blanca” -compartida como un fetiche con un magnífico profesional del periodismo de Jaén por razones que no vienen al caso- es un ejemplo inverso de lo que sí representa para los estadounidenses todo lo que rodea al despacho oval -como su bandera, que la consideran de todos y sin connotaciones-. Por contra, aunque gozó de gran público, no se amolda a lo que hoy nos ocupa “House of cards”, un thriller en el que un cuestionado en la vida real y en la película, Kevin Spacey, protagoniza las peores artes de la manipulación y el uso de los medios para alcanzar el fin del poder de la presidencia norteamericana. ¿Fue una avanzadilla y una premonición autocumplida del trumpismo?

            También ha sido un caso de éxito mundial en Netflix, propio de lo que representa la cúspide del Ejecutivo, el de la producción danesa “Borgen”, otro reflejo de las interioridades y vicisitudes, en esta ocasión de la primera ministra de Dinamarca, que encarna Birgitte, en sus relaciones con su staff y con la oposición.

            Y un sentido de lo institucional que sí pudiera tener su máximo exponente en “The Crown”, en la que pese a su flema, la pompa trasnochada y cara, los británicos adoran en su mayoría a la Reina Isabel II y a la monarquía Windsor, enseñando la serie a los principales iconos de ese ejercicio, de sus relaciones con los primeros ministros y su proyección en el pueblo. Por cierto, no parece que los españoles y los Borbón estén preparados para una película de tales características.

            El asunto es que en España conviven un controvertido Iván Redondo –en su día jefe de Gabinete en Moncloa- o un Miguel Ángel Rodríguez –con sus excesos al frente del correspondiente de la Presidencia de la Comunidad de Madrid-; con decenas de profesionales que comunican desde instancias públicas, con vocación de servicio público, con el mayor de los celos, con responsabilidad, con malos ratos y desvelos, y no siempre desde el cliché de estar en un balneario.

            Lo hacen por todo el país y en provincias como Jaén, desde las capitales, a los grandes ayuntamientos, a las diputaciones o las universidades. He leído cómo se ha quejado en alguna ocasión el editor de este blog, de opiniones siempre solventes, por la superpoblación de estos gabinetes y del volumen de personas que los ocupan, así como de su exceso de influencia en los políticos y en la dialéctica social. Lo es cierto que su tarea es generar contenidos, rigurosos, como fuente oficial que son, entre otras cosas reflejo de una provincia con tanto territorio y con tantas cuentas pendientes. Y la labor de los medios de comunicación aceptarlos, examinarlos y cuestionarlos o rechazarlos. Cuestión distinta es que la precariedad en los medios nos les permita a veces realizar ese trabajo y reproduzcan sin más la información que reciben, al menos para dar cuenta de la actividad política.

            Así, la comunicación institucional es otra rama del Periodismo y las Ciencias Políticas y en ella se emplearon desde Fernando Ónega con Suárez a Julio Feo con Felipe González, de Lucía Méndez con Aznar a Angélica Rubio con Zapatero, de Carmen Martínez Castro con Rajoy a Verónica Fumanal con Sánchez, todos ellos hoy desarrollando otra actividad periodística y considerada, entre otras cosas por el enorme background que atesortan, en El Mundo, en Cuatro, en 24 Horas o en El Plural. No es lo mismo escribir con dosis de compromiso y responsabilidad un “Puedo prometer y prometo”, que idear un “Váyase” o un prepotente twit que dice “P’alante”. No todo es pues guionizar o fabricar la peor de las argumentaciones que redunden en una sociedad permanentemente crispada y escorada; porque son más los periodistas, coordinadores, logísticos, sherpas, negociadores y asesores que generan propuestas enfocadas a una comunicación política.

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