Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Amanece que ya es mucho. Estoy escribiendo y, a la vez, leo el artículo del gran escritor Antonio Reyes sobre la dejadez del casco histórico. Parece que nuestras mentes se han conectado, pues esta semana, para variar un poco, quería escribir sobre el viejo Jaén. Precisamente sobre sus dinastías.
El sol ya está tocando la torre de San Ildefonso. Es domingo y las niñas, todavía, duermen, pero sé que ya mismo se despertarán, por lo que voy a escribir lo más rápido posible.
Qué hermosas son las dinastías. Su origen, su significado lo podemos asociar a los toreros, a los reyes, a gente poderosa de la farándula y el famoseo…
Sin embargo, también podemos identificarlas con los clanes, tribus o familias asentadas ad eternam en el casco viejo de las ciudades- pueblo como, por ejemplo, Jaén.
Estos vecinos que actúan como caciques, auténticos propietarios del barrio en el que viven, sentando cátedra social, patrimonial económica y moral, son los grandes valedores del mismo.
Suelen caminar con altivez, agrandando el pecho igual que los prohombres costaleros, por sus calles, exhibiendo su gallardía y buen hacer.
Algunos de estos herederos, marqueses del casco histórico, tienen una gran formación, pero desconocen el sentido de las buenas formas y el trabajo en equipo, además de no aceptar que, también, existen otros personajes con su misma sabiduría o más, a los que les duele, igual que a ellos, su ciudad.
Su lucha es la única que es válida, bendecida por el Creador. Una lucha noble y profunda, que tiene su origen en el raudal o en la torre de un concejo antiguo o en cualquier lugar.
Pidamos a esta pequeña nobleza que nos dejen participar en su lucha o que se unan a la nuestra que es la de pequeños burgueses con un corazoncito que también sufre.
Luchas que sólo conducen a un único camino: a la unión civil de estos pequeñas ciudades- pueblo para que la vida de sus vecinos sea lo mejor posible, y no tengan que emigrar a otros barrios buscando la esperanza que no hay en el suyo.