Por Antonio de la Torre Olid /
Elenco de falacias de uso común, extendidas, esparcidas, reposteadas y de tráfico superlativo, que a fuerza de repetidas casi se convierten en verdad:
– El cambio climático no existe, siempre ha habido períodos de sequías y temperaturas extremas. En el Plan Provincial contra el Cambio Climático se pueden consultar las proyecciones científicas relativas al aumento de temperaturas que está por venir de manera constante en los próximos años, de más noches tropicales, olas de calor o disminución de las precipitaciones.
– Los okupas de viviendas no paran de incrementarse. Según los últimos datos del Ministerio del Interior, la cifra en Jaén en el primer semestre de 2022 fue de 45 y del 0,06% en toda España respecto al parque de viviendas, y bajando respecto al año anterior, además de no distinguirse entre ocupación y allanamiento. Es mayor el miedo que reflejan en las encuestas que la realidad.
– La mayor parte de sucesos delictivos los protagonizan los inmigrantes. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el aumento de la llegada de inmigrantes no está suponiendo un aumento de su tasa de criminalidad, que representa un cuarto respecto de los nacionales, y además es menor que en otros países europeos.
– Los ataques de Israel en Gaza no es un genocidio, lo que está haciendo, como el resto de países en el conflicto de Oriente Medio, es defenderse. El fiscal del Tribunal Penal Internacional ha emitido órdenes de arresto contra Netanyahu por crímenes de guerra y el Tribunal de Justicia Internacional medidas cautelares contra Israel. Todos los pensadores observan la dificultad de parar un conflicto que emana de culturas religiosas y una mentalidad de guerra en ambas partes.
– El maltrato a los hombres es equiparable al sufrido por las mujeres. Los datos del INE relativos a 2023 sumatorios de la violencia de género y doméstica entre unos y otras revelan la diferencia ante esta lacra social.
– España no puede soportar la llegada de inmigrantes en pateras, entre ellos niños, que está recibiendo. La cifra de refugiados ucranianos alcanzada en España este verano desde que se inició la invasión rusa es de 207.000, que se han podido repartir por todo el territorio nacional sin gran dificultad. La cifra de niños llegados a Canarias a la altura de septiembre respecto a los que se pide su reparto entre las comunidades autónomas es de 6.000. ¿Es una cuestión de color?
– España se hunde y sus ciudadanos se ahogan en impuestos. Con los datos del INE y del Banco de España, se ha previsto un crecimiento económico del 2,7% para cerrar 2024, de los más altos de los países europeos. La presión fiscal en España bajó en 2023 al 36,79% del PIB, 4 puntos por debajo de la media europea. Para sufragar la sanidad o el ferrocarril son precisos los impuestos. Otro dato llamativo, según la encuesta del CIS de primeros de octubre, es que un 49% de los ciudadanos no sabe que la sanidad se paga con los impuestos de todos.
– Los inmigrantes reciben más subvenciones que un español. La inmigración es el principal problema de los españoles. Los datos oficiales reflejan que las cotizaciones de los inmigrantes son superiores a las prestaciones sociales que reciben. Respecto a la inmigración como problema, el CIS publicado en octubre sí sitúa a la inmigración como principal problema. Aunque la realidad no viene revelando a un CIS muy acertado, pese a contar con las muestras más amplias, mirando las tripas de estas preguntas, la inmigración baja al quinto lugar cuando se pregunta qué grado afecta a nivel personal al encuestado. Además, el informe denota que el enfrentamiento partidista y el uso político y mediático de la crisis humanitaria exacerba el problema.
Ante el decálogo relatado, lo curioso es que cada cual puede elegir el suyo, con el listado de los que más le llamen la atención, escandalicen o le produzcan rabia. Y si ello nos hace pensar y rápidamente nos empiezan a llegar a la cabeza ejemplos, será buen síntoma, pues tendremos alerta nuestro espíritu crítico, que tanta falta nos va a seguir haciendo. En ese caso, aunque resulte pesado, siempre será bueno el ejercicio de echar mano de la estadística más fiable. Y en el caso extremo, si incluso un texto o una imagen que recibimos es ficticia, tendrán que informarnos o nosotros desvelar que están realizados con inteligencia artificial.
Hubo un tiempo en que el apelativo que tildaba a una persona o a una entidad como gente seria, confería un prurito inmaterial pero muy descriptivo, como el hecho de que para dos personas les bastase con prestar su palabra o darse la mano, para saber que no tendría marcha atrás lo que después trasladarían a un papel para firmar lo ya acordado.
Y frente a ello, ante la demagogia, afloran las contradicciones. De tal manera que más de uno y de dos comentaristas conservadores, prolíficos en redes sociales, se removía en el banco de la Iglesia el pasado domingo 29 de septiembre, Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, cuando desde el púlpito se les venía a decir, no ya que a quien busca asilo interesaría concedérselo, aunque fuese por un interés egoísta, a la vista de nuestra necesidad de mano de obra en las próximas décadas, es que sencillamente se trata de seres humanos que huyen de la muerte.
Y en el ámbito social, en el caso de un profesional de una empresa, de los políticos y de los periodistas, la seriedad referida se medía en términos de verdad y de solvencia. Hoy la escala de medida es que el impacto de nuestro argumento sea el mayor, al peso. Así, el objetivo no es llegar a un punto de entendimiento, porque desde posiciones de facción, lo importante es que nuestra verdad se imponga.
Lo suyo sería que el periodista haga minería de datos o que los medios digitales nacidos en los últimos años y denominados confidenciales hagan gala de un periodismo informado y de investigación, en lugar de presentar como revelación un cierto montaje interesado de la realidad.
Lo suyo también sería que los editores cuiden que los hechos sean sagrados y las opiniones sean libres (así lo proclamaba el diario británico The Guardian en su centenario: Comment is free, but facts are sacred). En uno de sus últimos informes de la Unesco sobre libertad de expresión, se pone de manifiesto, no sólo que la pandemia supuso un punto de inflexión en la extensión de las noticias falsas -relacionadas con los efectos nocivos de las vacunas-, sino que la presión política y económica ha propiciado el aumento de la precariedad con la que los periodistas realizan su trabajo; y la debilidad de los medios informativos del ámbito local, con lo que los lectores pierden a sus referencias y su independencia. Para muestra un botón: este verano, Jorge Javier Vázquez le decía en antena a Ana Rosa Quintana, que no siga metiendo miedo a su madre desde su programa y deje de abordar cada semana el asunto de la ocupación de viviendas. Ana Rosa es tenedora de más de cuarenta viviendas turísticas.
El paradigma de toda esta mescolanza se puede sintetizar en el último debate electoral de hace unas semanas, en las presidenciales en Estados Unidos, entre Harris y Trump. Durante años, en las sesiones de formación en comunicación política se visionaba el de 1960, en el que el joven Kennedy puso de manifiesto la debilidad de Nixon. En España, González no preparó su primer debate ante Aznar en 1993, y lo perdió. Y ahora pasará a los anales de esos enfrentamientos la mítica ya frase-meme “eating the dogs”, mediante la cual Trump quería hacer creer a toda la audiencia norteamericana que los inmigrantes se están comiendo a las mascotas. En los debates en Estados Unidos, se permite que los moderadores contradigan a uno de los contendientes, si está vertiendo un dato falso. El caso es que las plataformas de verificación no dan a basto.
Y si finalmente nos quedara algún amarre desde el que dilucidar la verdad y la equidad, el de los tribunales de justicia, resulta que esa verdad y solvencia irá por barrios, pues depende de la facción de jueces a la que se califica de progresista o conservadora, que tenga la mayoría en esas altas instancias para achacarle el sentido de una sentencia. Lo malo además no es que se les clasifique así, sino que los mismos togados no rechacen ese apelativo y que en sus sentencias se correspondan sus votos con esa previsión.
Así nos va y así no vamos a ninguna parte, ni tiene pinta de que más de uno nos detengamos un momento y se imponga el sentido común.
Foto: La negación del cambio climático forma parte del conjunto de falacias de uso común. (ECOLOGISTAS EN ACCIÓN).