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Cuando en el 2008 entra en profunda crisis el sistema financiero mundial, a raíz del colapso de las hipotecas subprimes americanas y del derrumbe de colosos de las finanzas, como Lehman Brothers, se tuvo la apreciación de que el sistema capitalista estaba agotado, y que era necesario encontrar un nuevo modelo económico con el que levantar las maltrechas economías de las locomotoras de la economía mundial, y por ende, las del resto del planeta.

Hubo politólogos, economistas, sociólogos, que señalaban la situación como una nueva oportunidad para enterrar un sistema económico, el capitalista, y poner en marcha uno nuevo que no solamente restañara las graves heridas de las finanzas mundiales, sino que también sirviera para solucionar los graves problemas de desigualdades sociales, crecimiento insostenible y colapso ambiental que existen en todos los países, y cuya causa se sitúa precisamente en el codicioso capitalismo, por parte de no pocos intelectuales y pensadores.

No obstante, tal y como predijeron numerosos economistas, el capitalismo tuvo la habilidad de volver a refundarse, y como ave fénix, parece que resurge entre sus cenizas, a tenor de los datos de crecimiento de las principales economías mundiales. Sin caer en la demagogia de que todo capitalismo es malo, no obstante hay que reconocer que este sistema produce un caldo de cultivo excelente para que todo pueda justificarse en aras del dividendo, incluyendo aquello que afecta negativamente al ser humano, a la sociedad y a la Naturaleza.

Entonces, ¿por qué no ha prosperado la elaboración de las bases teóricas, científicas, intelectuales de un recambio al modelo capitalista? Una respuesta inmediata es muy evidente, el propio sistema y sus principales beneficiarios, los grandes capitales, y su escenario, los mercados, desactivan cualquier intento de suplantación. Pero, ¿y el resto de actores sociales? ¿Se ha aprendido la lección? ¿Cambiarán nuestras decisiones, nuestras aspiraciones en la vida, cuando salgamos de la crisis?

En nuestro país, en 2011 surgió el Movimiento 15-M, de indignados y descontentos por la situación y la nula respuesta política para su solución. Para muchos fue la esperanza de un cambio, de un giro de ciento ochenta grados, que acabó desinflado y desacreditado por el propio sistema. En el ámbito académico M. Mohammadian (2008) propone la Bioeconomía, como la economía del tercer camino, y a un nivel también teórico, pero descendiendo un poco más al plano de la realización, Christian Felber (2012) plantea la Economía del Bien Común, por poner ejemplos de algunas propuestas alternativas. ¿Por qué no han calado nuevas propuestas económicas en la mayoría de la sociedad?

Posiblemente, cuando salgamos de la crisis sigamos tomando las mismas decisiones imprudentes, tendremos el mismo modo consumista de ver la vida y tal vez hayamos desperdiciado una buena oportunidad para iniciar el cambio de un sistema que está agotado. ¿Por qué? Seguramente porque la mayoría de las propuestas económicas alternativas, la mayoría de los movimientos ciudadanos, parten de un supuesto que es falso: que el cambio se produce desde fuera del individuo, que el cambio se limita a modificar las reglas de juego, que la transformación descansa sobre una renovación de las estructuras sociales, sin necesidad de transformar el interior del individuo.

Al final del siglo XX, D. Meadows, D. Meadows y J. Randers (1992) elaboraron un conjunto de simulaciones con ayuda del programa informático World3, en las que utilizando las variables que afectan al desarrollo de la Humanidad (población, recursos renovables y no renovables, contaminación, producción de alimentos, producción industrial, fertilidad y pérdida de la tierra, producción de servicios, empleo) y cómo se relacionan entre sí, generaron diferentes escenarios para la Humanidad en función de diversas magnitudes de estas variables, y siempre se acababan produciendo sobrepasamientos que daban lugar a colapsos ambientales. Y el único escenario en el que el sistema aguantaba, era aquel en el que, además de toda una serie de medidas como el uso de energías renovables, la limitación de la natalidad o el empleo de tecnología eficiente, se reducía el consumo per cápita.

Pero, ¿cómo reducir el consumo individual en una sociedad cuya ideal de vida se basa en el propio consumo? La decisión debe ser voluntaria, porque no funcionaría una imposición, mas ¿quién decidiría renunciar a las aspiraciones de nuestra vida, a tener, a poseer, a incrementar la cantidad de elementos y bienes que queremos que nos proporcionen bienestar y felicidad? Nadie quiere sacrificar su nivel de vida, real o potencial, basado en el consumo, en aras de una economía más justa y sostenible. Todos esperamos que sea el otro el que se ajuste. En Europa, cuando meditamos sobre la excesiva huella ecológica del ser humano, miramos con pavor el ritmo de crecimiento y de demanda de recursos naturales de países como China o la India, pero no nos planteamos reducir a la mitad nuestro consumo, nuestro nivel de vida.

Por lo tanto, los movimientos ciudadanos, teorías económicas con la Bioeconomía y propuestas como la Economía del Bien Común tienen como principal freno, aparte del lógico del propio sistema capitalista, la resistencia de cada uno a perder lo que tiene, o la posibilidad de tenerlo. Porque es el único modo de vida que conocemos.

Hay cierta ingenuidad en los intentos de diseñar modelos alternativos, al creer que van a recibirse con los brazos abiertos por parte de la ciudadanía, al creer que cuando proponen “reduce aquello en lo que tienes depositada tu búsqueda de la felicidad”, se les va a hacer caso.

Es necesario bajar aún más el grado de elaboración de los modelos alternativos al capitalismo insostenible social y ecológicamente, y revisar desde qué ideal de vida se parte y a qué ideal de vida se quiere llegar. Todo ser humano busca la felicidad, y si el estándar de consecución de la felicidad está en la satisfacción de anhelos y deseos y la posesión de bienes, no pueden plantearse alternativas socio-económicas que lleven a darle la espalda a este ideal de felicidad sin proponer otro a cambio.

Dicho de otra manera, no puede plantearse deconstruir un sistema que está diseñado por y para el consumo como modo de vida, sin vislumbrar otro ideal de vida diferente. Estamos hablando de horizontes interiores, que tienen que ver con las propias características esenciales del ser humano.

Hace falta una propuesta de cambio interior del propio individuo, que vaya en la dirección de la justicia social y la sostenibilidad que buscan estos modelos alternativos. Pero, ¿qué otra cosa podemos hacer? ¿Qué otra opción tenemos para encontrar la senda que conduce a la felicidad, a la satisfacción? En otras palabras, ¿cuál es el recorrido ético que debe conducir al punto de partida de estas propuestas socio-económicas alternativas?

El propio análisis de la complejidad del ser humano y del conjunto de necesidades que hay que satisfacer, proporciona buenos indicios de qué opciones tenemos además del consumo. Siendo el ser humano un sistema complejo, quizás sea la filosofía clásica la que esté en mejores condiciones de abordar la complejidad humana, dado que la filosofía contemporánea, al mimetizarse con el reduccionismo cientifista de considerar al ser humano sólo como una máquina, puede carecer de perspectivas adecuadas para una visión holística de la especie humana.

Las fuentes éticas que necesita una nueva economía se encuentran en la filosofía que contempla al ser humano como un ser complejo, y que, por lo tanto, están en condiciones de definir qué otras alternativas tiene el consumismo. Sin resolver este asunto es imposible plantear de manera realista nuevos modelos socio-económicos más justos y sostenibles.

Es posible encontrar alternativas al modelo consumista de consecución de la felicidad, que se basa en el continuo flujo de recursos materiales y energéticos que requieren los bienes manufacturados que consumimos, a cambio de dinero, de capital (incluso la satisfacción de sentimientos o de dudas necesita de buena parte de estos bienes). Podría adaptarse una versión de la famosa frase del frontispicio del templo de Apolo en Delfos, “Conócete a ti mismo, y podrás organizar tu casa de manera justa y sostenible”.

Hay todo un itinerario que puede llevarse a cabo para que cada cual encuentre sus potencialidades, sus tesoros interiores, la mejor versión de uno mismo. Desde esta posición se necesita menos para ser feliz, y se pueden tomar las mejores decisiones. Una sociedad conformada por un número creciente de ciudadanos/as que está en el camino de llegar a la mejor versión de ellos mismos, de disfrutar de la excelencia de sus valores, está en condiciones de llegar a albergar modelos socio-económicos más justos y sostenibles. Tal y como ya conociéramos de las teorías sociales de Platón o de Confucio, la sintonía entre sociedad e individuo permite que el desarrollo y la excelencia de los individuos tenga su reflejo en la excelencia de la sociedad, y viceversa.

Desde las fuentes éticas que proporciona la filosofía a la manera clásica, es decir, la que es capaz de operar transformaciones individuales en la medida en que se aplica, tal y como explica Delia Steinberg (2005), pueden vislumbrarse alternativas al modo consumista de entender la vida.

Sólo a partir de aquí pueden tener éxito los modelos que plantean un escenario social más justo y una economía más sostenible.

 

Manuel Ruiz Torres

Doctor en Biología. mj.ruiz.torres@gmail.com

 

Bibliografía.

Christian Felber (2012). La economía del bien común. Editorial Deusto, Barcelona.

Donella Meadows, Dennis Meadows y Jorgen Randers (1992). Más allá de los límites del crecimiento. Editorial El País-Aguilar, Madrid.

Mansour Mohammadian (2008). La Bioeconomía: Economía del tercer camino. Editorial Personal, Madrid.

Delia Steinberg (2005). Filosofía para vivir. Editorial NA, Madrid.

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