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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /

Esperanza

Sé que despertaré en otro lugar, en otro tiempo, en otra época.
Espero que estés allí para guiarme. Siempre he intentado ser fiel a tu cruz, a pesar de las trabas de los hombres. De aquellos que en tu nombre llenan el mundo de temor y espinas.
No imagino cómo será la otra alternativa, la otra dimensión.
¿Será quizá azul como el cielo, o gris, igual que la tormenta?
No importa, pues donde moras habrá luz. Y comprenderé el significado de esa ecuación tan perfecta que es el ser humano.
¿De verdad nos hiciste a tu imagen y semejanza? Descendimos por la pendiente más oscura, al dejarnos usar el libre albedrío.
No supimos ver el cobijo de la montaña, del bosque con su pasillo arbolado…
Escogimos el camino más negro porque nos creíamos superiores.
Pero ya ha llegado el momento de tornar al cero y suprimir esta fórmula llamada ser humano. Y volver a ser como éramos antes y no saber si alguna vez existimos más allá de tu manto celestial. Es hora de ser hijos tuyos, para ser capaces de amar de verdad, en tu nombre.

Siberia

Hace frío en la estación de tren: La primera nieve del invierno se cobija en los huecos de las vías. Quizá el primer vagón desista de comenzar su largo viaje.
En la cantina, en largas conversaciones se reúnen los viajeros. Una pareja de enamorados no se atreve a entrar. En el cristal de la nevada ven su destino.
Cerca, un poeta errante se convierte en un improvisado cronista. La nieve arrincona las palabras y el fuego crepita dentro.
Por fin, la locomotora se deja vencer por la belleza blanca. Y los enamorados regresan a la cautividad temporal de la habitación del hostal.
El poeta suplica poder terminar este poema de invierno.

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