Por ANTONIO GARRIDO / Hoy, un tanto sofocado por el fragor de la batalla política en cualquier escenario, de Despeñaperros para arriba o para abajo, prefiero hacer patria chica y centrarme en lo que más satisfacciones nos proporciona, el Jaén sentimental, que además me permite el grato deber de reconocimiento y homenaje a esta ciudad donde resido y resisto desde hace ya más de medio siglo, se cumplió el 30 de mayo de 2023. En el pregón de la feria de San Lucas, el 10 de octubre de 2003, sugerí que recuperar y alimentar nuestra identidad debía ser prioritario. Hablaba de la Catedral en concreto señalando que la deberíamos valorar y defender más ardorosamente. “Me he preguntado –decía- cómo sobre la Catedral de Jaén, el gran orgullo de la ciudad, no se nos ha ocurrido, cómo no ha estado alguna vez en la mente de alguien, proponer a nuestro primer monumento o al conjunto que preside, como Patrimonio de la Humanidad”. Me satisface que poco después se produjera una iniciativa política municipal de la concejal doña Cristina Nestares y pensé que había llegado la hora del justo reconocimiento a nuestro principal monumento. Aún no he perdido el optimismo, veintiún años después, en que alguna vez podamos conseguirlo, aunque también pienso que se ha perdido demasiado tiempo dejando enfriar el sentir ciudadano que fue ejemplar y que otra iniciativa impulsada desde Jaén, y también muy querida para nosotros, los Paisajes del Olivar, están ahora en el camino de competir, veremos si finalmente somos capaces de recuperar el expediente, modificarlo con prontitud y que finalmente se someta el próximo año a la decisión de la Unesco. Estos trenes pasan pocas veces por los territorios y, respetando los derechos de los olivareros, supongo que no debe resultar imposible llegar al final con éxito.
Volviendo al argumento inicial, qué importante es para una ciudad y para su gente tomar conciencia de lo que se tiene, deberíamos dar importancia y valor a las muchísimas cosas que nos dan mérito y que reclaman nuestra atención. Entre todas ellas no cabe duda de que la Catedral es el monumento que reúne mayor grado de consenso. Los entendidos en arte, pero también las gentes sencillas que acuden a visitar al Santo Rostro, la reliquia que tenemos el privilegio de venerar y custodiar, una de las razones de ser de nuestro majestuoso templo esta de guardar el sagrado paño de la santa faz, o la imagen serena y excelsa del Cristo de la Buena Muerte, o quienes buscan en sus archivos o los motivos arquitectónicos tan señalados, todos, cada uno en su idioma, saben de manera fehaciente o al menos lo intuyen, que la Catedral de Jaén es, con diferencia, el más sagrado valor de la identidad y la personalidad de un gran pueblo, Jaén. Todos sentimos un gran orgullo de nuestra catedral, de eso estoy seguro. Y el día que podamos celebrarlo será un día grande para la memoria histórica y la autoestima de esta ciudad.
Hay un cierto cambio de actitud, se empiezan a valorar más las cosas. Un indiscutible empuje cultural motivado por el crecimiento de expectativas está ayudando a crear un estado de mayor armonía en un territorio mucho tiempo virgen y que ahora empieza a estar en el escaparate y no en la trastienda como en su día la situó, en una acertada interpretación, el gran escritor ubetense, que además fue mi maestro primero y mi amigo después, Juan Pasquau Guerrero, al considerar de la capital y de la provincia un valor por encima de su precio. Podemos y debemos presumir.
El peligro del viejo Jaén lo hemos visto agravarse con derrumbamientos de los que parece que nos hemos olvidado. Claro que también hay ejemplos restauradores con los que quedarse, el Castillo de Santa Catalina, el viejo hospital de San Juan de Dios, la iglesia de La Magdalena, el Archivo Histórico, el Palacio del Conde de Villardompardo, la recuperación de los Baños Árabes, el palacio de la Diputación, el Palacio de Cultura de la calle Maestra, los Baños del Naranjo...a lo que últimamente se han sumado los hallazgos en la antigua iglesia de San Miguel, y queda pendiente Santo Domingo, que la Diputación compromete para 2026 tener a punto la antigua iglesia de Santa Catalina Mártir, gracias a la aportación de tres millones de euros de los fondos Next Generation, y Marroquíes Bajos, que desde hace casi un cuarto de siglo nos prometieron que se iba a convertir en un hermoso Parque Arqueológico, otro incumplimiento.
Nos lo promocionaron hace unos años, en 2017, a propósito de un reportaje en National Geographic de James Cameron, bajo el título de “El resurgir de la Atlántida”, en donde más allá del mito, se describía a la macroaldea jienense como la ciudad más antigua hallada en Europa, pero ahí sigue, claro, no da votos ni hay muchos colectivos que empujen, cada verano el Ayuntamiento moviliza a voluntarios y testifican que sigue habiendo un filón, pero ahí sigue, olvidado y quien tiene el deber, la responsabilidad y la competencia, es la Consejería de Cultura de la Junta. Sin dudarlo el mejor capital de Jaén es su patrimonio cultural. Otro gran Parque para cultivar la memoria de la ciudad tendría que haber sido ya el cementerio decimonónico de San Eufrasio, que se cae a pedazos. Hasta hace poco era propiedad de la Iglesia que lo cedió a la ciudad, pero la Junta, siempre tan generosa con Jaén, declaró al viejo camposanto Bien de Interés Cultural y da vergüenza pasear por el recinto, en el que se calcula están enterrados más de 20.000 jienenses, entre ellos personajes populares, aparte, claro, de tantas víctimas del odio de una guerra incivil que murieron en el campo de batalla de las ideas. Que nuestros antepasados perdonen a los políticos tanta insensibilidad y desprecio a la memoria colectiva de todo Jaén.
Hoy podemos poner muchas cosas en el escaparate: el magnífico Premio Jaén de Piano, la programación cultural de la ciudad, el ejemplo de la Real Sociedad Económica, la trayectoria del Instituto de Estudios Jienenses y muchas iniciativas oficiales y particulares, por supuesto el prestigioso Festival de Otoño que cumple ya su primer cuarto de siglo; tenemos una Semana Santa de lujo; unos atractivos turísticos y un conjunto patrimonial cada vez más valorados; una riqueza arqueológica que va a permitir algún día, esperemos que cercano, contar con el Museo al que antes me referí lleno de contenido. Podemos también presumir de jienenses ilustres, leyendas y misterios, pintores como el grandísimo Manuel Ángeles Ortiz, medalla de oro e hijo predilecto de la capital en 1981, pero que no tiene lo que en realidad merecía, una casa-museo propia, una vez más por desidia y porque no sabemos vendernos, aunque está muy bien representado en nuestro excepcional Museo Provincial, una joya muy digna de Jaén. Manuel Ángeles era para Alberti “el pintor de la luz andaluza” y para García Lorca “el poeta de la Andalucía trágica”. Lorca, por cierto, aprovechó un viaje a Jaén en 1925 para elogiar a la ciudad de esta manera: “El que está en Jaén puede decir que ha llegado al corazón recóndito y puro de Andalucía la alta”.
No nos hemos vendido bien, es cierto, pero a lo largo de los tiempos, y aún hoy siguen vivos y coleando, los tópicos no han sido precisamente unos aliados de la mejor causa de esta provincia. Hay cosas que de tanto repetirlas crean, se quiera o no, un cliché, una imagen, y hay que ver lo que puede llegar a costar excluirse de los lugares comunes. La realidad ha sido muchas veces desenfocada y no hemos luchado por quitarnos algunos sambenitos que nos han ido haciendo como trajes a la medida de Jaén. Desde la duda del carácter andaluz de esta tierra hasta ese Jaén profundo, mezcla de realidad y de leyenda, con el que se nos quiere retratar. Además, algunos escritores, los viajeros románticos del XIX, pasaron por aquí de mala gana, mal informados, tal vez cansados de sus viajes, y despotricaron con saña, claro que con la complicidad de gente de la nuestra.
El caso es que Jaén es la Puerta de Andalucía, y que en ese Geen (paso de caravanas) que ha sido nuestro sino desde siempre, no se ha aprovechado, ese capital tan evidente de ser la llave para entrar y para salir de toda una comunidad autónoma. El tiempo nos ha hecho justicia, hoy ese paso de caravanas es una nueva y atractiva marca que tan bien nos define, Jaén, Paraíso Interior, conocida en todo el mundo gracias a la Diputación, que es la que mejor proyecta la imagen de Jaén en todos los ámbitos, naturaleza, arte, patrimonio, olivar y aceite, igual que ha creado la Feria de los Pueblos y el Día de la Provincia y slogan como “Yo elijo Jaén”, y el turismo es un valor en alza, si bien somos conscientes de que aún queda mucho por hacer. Este Jaén no puede ser llave y puerta sin ser al tiempo plenamente andaluza de hecho y de vocación. Por algo el recordado cronista Luis González López llamó a Despeñaperros “la puerta de la felicidad”. ¿Qué decir de nuestra Andalucía? Frente a los nacionalismos excluyentes, frente a los nacionalismos que tratan de fragmentar, nosotros estamos por una Andalucía fuerte con sus ocho provincias al unísono, con la misma voz y el mismo impulso, para sumar a una España única. Donde se respeten las singularidades de los territorios pero donde no se establezcan divisiones ni discriminaciones.
El cliché real, la representación de esta tierra, en su valor auténtico consiste sobre todo en gozar de lo que pasa en ella, expresando dolor y alegría, según los casos. En el conocido dicho de “A Jaén se entra llorando y se sale llorando” está recogido, al tiempo, el irritante desconocimiento y el sugestivo encanto que ejerce Jaén. Hay una expresión que nació en el Islam y que decía “Habla de muchas ciudades, pero vive en Jaén”. Aparte de ser slogan para promocionarnos, ahora que los políticos discuten sobre este asunto y no se ponen de acuerdo, lo contrario sería noticia, es un perfecto antídoto contra esa trayectoria de enterrarnos en tópicos y en vaciedades que en la forma y en el fondo obedecen a un interés de dudosa bondad, ver solo una parte de Jaén, un Jaén difuminado, oscuro y hasta si me apuran, irredento. Lo que no podemos permitir por una cuestión de orgullo y de pasión ciudadana es que se pueda volver a escribir lo que amargamente exponía en el año 1839, en plena etapa de la Restauración, el entonces gobernador civil de la provincia, en misiva a Eduardo Dato, con una atonía que se expresaba amargamente en esta frase. “La política es de un nivel pobrísimo. En Liliput no hay nada semejante”. Menudo dardo.
Hay que ver cuánto nos duele Jaén y sin embargo muchos no seríamos capaces de respirar fuera de este ámbito, algo hay en el alma de Jaén que nos llena. No creo que fuera casual que el general De Gaulle escogiera el Parador de Jaén para escribir parte de sus memorias. O que tengamos en la historia nombres de jienenses que fueron célebres por sus obras, pienso en este momento en el poeta Bernardo López, el autor de la Oda al Dos de Mayo: Oigo, Patria, tu aflicción…En fin, una reflexión silenciosa de Ortega Sagrista puede revelar el carácter de Jaén, de la misma manera que un texto de Juan Eslava, de Emilio Lara, de Ramón Guixá y de tantos otros buenos escritores, proyecta de distintos modos a este pueblo, o con los versos del canto a Jaén de Federico de Mendizábal se desnuda el alma grande de Jaén, o en las notas de ese mismo himno, y el de Nuestro Padre Jesús que el talento del maestro Emilio Cebríán, y el corazón y el sentimiento de los jienenses ha universalizado. Cuántas cosas admiramos de Jaén, que puede presumir de Muy Noble y Muy Leal, Guarda y Defendimiento de los Reinos de Castilla. Fue el Rey Enrique IV, en 1383, quien, en una etapa de cierto resurgir, justificaba la concesión de tan sonados títulos “por la mucha lealtad y fidelidad que siempre en vosotros he hallado y para honrar y sublimar porque de la dicha lealtad siempre quede memoria”.
Todas las culturas han dejado la impronta de su afirmación jaenera, desde el origen de la ciudad hasta nuestros días. Desde el moro Alí que se recreó con la construcción de sus baños, y se dice que vivió en Jaén quieto y pacíficamente, hasta el propio y conocido Condestable Miguel Lucas de Iranzo. El sentimiento de emoción al dejar la ciudad, donde más bellamente lo he visto expresado es en la despedida de un predicador musulmán, tras la conquista de Fernando III: “Te digo adiós, mi Jaén, te digo adiós y derramo mis lágrimas como se dispersan las perlas, y yo no quiero separarme de ti. Pero así es la sentencia de los tiempos”. La historia de nuestra ciudad nos ha dejado desde los primeros tiempos nombres ejemplares a los que en algunos casos no se ha reconocido de una manera generosa y justa. Entre una larga relación de esos nombres que constituye otro patrimonio de Jaén casi virgen, aparece con luz propia el de Hasday Ibn Shaprut, al que relativamente hace poco, y en gran medida gracias al entusiasmo de Rafael Cámara, un jienense de pro con el que la ciudad está en deuda, al frente de la asociación Iuventa, hemos empezado a conocer como Ben Saprut, una figura del siglo X al que algunos apuntan como el más ilustre jienense de todos los tiempos, una personalidad señera del Califato de Córdoba y por lo que dicen los historiadores un genio de la diplomacia, la medicina y las letras. Para nosotros, muy presente y centro de nuestra empoderada judería. Muy cerca de ella nos podemos recrear con la sugestiva Leyenda del Lagarto de La Magdalena, en un barrio único, que guarda las esencias de nuestra identidad.
Creer en el futuro, que es la principal inquietud actual, es una consecuencia del convencimiento de que si todo funcionara adecuadamente, es decir, si se aprovechan racionalmente todos los esfuerzos que ahora mismo hay en Jaén, y si cada cual se hace cargo de la responsabilidad que le corresponde, no sólo es que hay futuro, es que debiera existir un porvenir muy esperanzador. Me apunto a ese Barrio de Las Letras que proyecta el alcalde, que puede ser otro recurso impulsor del casco histórico y de personajes ilustres que merece la pena recuperar. Es un privilegio disfrutar de nuestro Jaén sentimental, donde nos sobran las razones para el legítimo orgullo. Entre esa riqueza cada vez más en el escaparate del mundo no puedo dejar de lado el relevante peso adquirido por nuestra gastronomía. Le han llamado a Jaén el San Sebastián andaluz, pero en la humildad hemos de considerar que Jaén y su provincia se han ganado un puesto de privilegio en el universo gastronómico y cada vez hay más cocineros y cocineras que elevan el prestigio, gracias a genios como Su Excelencia Pedrito Sánchez, que ha cautivado a los paladares de los críticos más exigentes, y junto a él una nómina cada vez más numerosa de chef que nos han colocado en el Olimpo, de modo que Jaén es hoy, lo quieran reconocer o no, la capital gastronómica de Andalucía y pocos dudamos de que la iniciativa del anterior gobierno municipal para que Jaén sea Ciudad Creativa Gastronómica es de estricta justicia. Que se hable de Jaén, aunque sea bien.
En este Jaén de los impulsos y de las improntas, más que de los grandes cambios y las transformaciones, ojalá imitáramos entusiasmos como solemos demostrar con valores de nuestra identidad sentimental, tal es el caso del ‘Abuelo’, el Señor de Jaén, dignos de ser resaltados, porque toda la ciudad vibra y siente ante la imagen del Nazareno que durante siglos ha sido el gran emblema de la unidad de todo un pueblo. Sin olvidar la tradición mariana y las hermosas leyendas que la acompañan, en torno a las imágenes de la Virgen de la Capilla y Santa Catalina.
Por lo que se refiere a nuestra condición de jienenses, no debemos permitir y en esto estoy convencido de que estamos todos en una misma sintonía, que Jaén deje de ser Jaén. En un tiempo de cambios y de transformaciones, en el que otros lugares imponen o tratan de imponer sus modas, sus conductas, se debe hacer un esfuerzo para que lo nuestro brille siempre con luz propia, nuestros patrimonios más queridos, imágenes de nuestra devoción, costumbres y tradiciones. Y sobre todo tenemos que conseguir, entre otros, en este siglo XXI otra especie de siglo XVI, un nuevo Renacimiento, que recuerde y manifieste el gran auge que entonces experimentó la ciudad, de modo que no viva de recuerdos sino de hechos, no de sensaciones sino de realidades y de ilusión. Quisiera ver en el Jaén actual un haz de sugerencias atractivas. En vez de un Plan hagamos una apuesta. Vayamos todos a una como cuando algo especial recorre nuestro ser y nos emocionamos al escuchar la letra y la música del himno a Jaén que ya ha cumplido 91 años. Busquemos todo aquello que nos une.
No quiero concluir sin referirme al gran patrimonio de Jaén, sus personajes, los de la historia y los presentes. Pienso sobre todo en los últimos humanistas, a ilustres, no puedo referirme a todos, y bien que me gustaría, pero pongo dos nombres en el frontispicio de mis palabras, a los que en las crónicas de mi blog he sublimado, uno es el arquitecto don Luis Berges Roldán y otro es el eminente médico don Fermín Palma Rodríguez, ambos en la antelasa de la centuria y que hace tiempo deberían haber sido proclamados hijos predilectos de Jaén, como premio a dos biografías de excelencia y de orgullo para Jaén. Nunca es tarde y no les honraría a ellos sino a la ciudad en la que nacieron.
En definitiva, que Jaén sea siempre Jaén, como la queremos nosotros, como afirmación de que sus más recios valores no claudican, y que la ciudad pasará por malos momentos, pero nunca le faltarán ganas ni personas para trabajar por ella con entusiasmo. Por eso invito de un modo muy especial a cuidar y mimar nuestras raíces, costumbres y tradiciones, como la identidad y el referente de lo mejor de nuestro patrimonio. Para esta capital del antiguo Santo Reino solo deseo mucho futuro, pues creo haber expresado hasta aquí el dolor que me causa y lo mucho que la quiero, y de que aunque resisto lo hago a sabiendas, y a pesar de todo siempre agradecido por ese gran tesoro que es el paisaje y al paisanaje de Jaén al que estamos unidos por ese amor a nuestra manera, y con su gente, en especial su gente sencilla, lo mejor sin duda, que merece enfrentarse a un Jaén mejor. Esto no lo puede hacer la Inteligencia Artificial, esto radica en el sentimiento. El escritor Baltasar Gracián, en su famoso Oráculo, enseña a ser cauto cuando hay que serlo y a ser intrépido cuando las circunstancias así lo aconsejan. Prefiero ser intrépido a ser desleal con mi tierra, con Jaén hasta la muerte. Lo diría hoy como una confesión al modo de Antonio Machado, que desnudó en su poesía el alma de Jaén: “Venga Dios a los hogares,/y a las almas de esta tierra,/de olivares y olivares”/. O en su versión más desgarradora y militante, jienense hasta la muerte y que bien puede resumir el sentido texto: “Vivo en pecado mortal:/no te debiera querer;/ por eso te quiero más/.”