Por ANTONIO GARRIDO / Parece que fue ayer y ya vamos por 21 años del inolvidable 3 de julio de 2003 cuando las ciudades de Úbeda y Baeza fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad. El secreto de las dos maravillosas ciudades es que en ningún momento se vinieron abajo en su sueño. La Unesco les negó en una primera ocasión, les puso pegas, pero lejos de amilanarse, un equipo competente, con el profesor Pedro Galera como impulsor del expediente, lograron volver a ilusionar a las dos poblaciones y a la segunda oportunidad consiguieron el propósito porque lejos de desfallecer, no faltó el impulso, el ánimo, la ilusión. Enhorabuena a las tan queridas para mí ciudades de Úbeda y Baeza, Baeza y Úbeda, porque están disfrutando de las mieles del éxito.
Cierto es que las dos ciudades merecían el reconocimiento de que fueron objeto por ser emblemas del Renacimiento, pero han sabido durante todos estos años mantener con dignidad los títulos de que fueron dotadas, Patrimonio de la Humanidad, que han confirmado plenamente hasta el día de hoy, y no faltan ambiciosos proyectos de futuro. Ahora no hay más que darse una vuelta por cualquiera de las dos espectaculares poblaciones monumentales para observar los cambios que se han experimentado y el orgullo que tienen sus moradores y toda la provincia, que sentimos envidia sana de un proceso ejemplar.
ÚBEDA, CIUDAD DE LAS TORRES Y LOS CERROS
A Úbeda como a su próxima Baeza hay que viajar expresamente para el que llega de otra provincia. Una vez en ella, cuando se ha saboreado el encanto de la ciudad, lo difícil es no repetir la visita, no regresar para extasiarse de la belleza de su conjunto y para conocer, uno a uno, los monumentos que atesora y que el tiempo, por fortuna, ha conservado durante siglos.
A esta ciudad se la conoce como de las torres y de los cerros. De las torres, por la gran cantidad de ellas que se divisan desde cualquier atalaya y que son para el que accede por cualquier carretera como una especie de tarjeta de presentación, un aperitivo para lo que después encontrarán. Todas sus torres son bellísimas pero, si hubiera que quedarse con una, ahí está la del Palacio del Conde de Guadiana, justamente considerada como de las más hermosas de Europa. Y se le llama ciudad de los cerros posiblemente por la leyenda de Alvar Fáñez, el guerrero de Alfonso VIII, cuando en un deseo de variar el rumbo de la conversación con su rey, para ocultar los escarceos amorosos, debió inventar haber estado «por esos cerros», expresión que se sigue repitiendo con harta frecuencia cuando se quiere responder incongruentemente, dado que en Úbeda los cerros brillan por su ausencia.
Se ha dicho de Úbeda que es una ciudad para el espíritu, para el recreo del alma. En efecto, está como hecha «ad hoc» para recorrerla sin prisas —sin esas prisas que nos deshumanizan y nos hacen hasta perder a veces la sensibilidad—, para descubrir el secreto de cada edificio, ahondar en su historia, en los personajes que a lo largo del tiempo le dieron vida e incluso en los que la escogieron para morir, como el poeta descalzo Juan de Yepes, San Juan de la Cruz.
Úbeda, que acoge a docenas de palacios, conventos, iglesias y casas con la consideración de monumento nacional, se presenta así como una de las más hermosas ciudades andaluzas, la Salamanca de Andalucía según D’Ors cuando, aun reconociendo el mérito de la ciudad castellana, su gloria y su sobriedad, puntualiza poniendo especial énfasis en los atractivos de la ciudad jienense, con la que establece una comparación: «No, no. Aquí se trata de arte, y de arte de lo mejor, del Renacimiento”. Estaría pensando en la majestuosidad de lugares como el Hospital de Santiago —también llamado el Escorial andaluz—, en el Palacio de las Cadenas, la Casa de las Torres, la Sacra Capilla del Salvador, y en tantos otros muchos edificios y templos.
La historia ha dejado aquí unas huellas que permanecen, desde sus remotos orígenes hasta este primer tramo del siglo XXI en el que la ciudad, sin renunciar al reto de la modernidad, es más, haciéndole frente, creciendo, desarrollándose y planteando importantes perspectivas desde su capitalidad de La Loma, aparece en cambio tal cual es, legítimamente orgullosa de su pasado. El casco histórico, con centro en la soberbia Plaza de Vázquez de Molina, es con toda seguridad una de las que más impresiona a la vista del contemplador, que fácilmente puede creerse transportado a otros lugares del mundo, puede que de mayor fama pero en muchos casos no de más valía monumental. Aquí el siglo XVI parió lo mejor. Hasta tal punto, de que la mayoría de las personas que la visitan no conciben y hasta se extrañan de la existencia de una visión semejante en una provincia como Jaén, que aunque bien situada geográficamente resulta muy desconocida y no ha dejado de ser tradicionalmente tierra de paso.
LA BAEZA DE SIEMPRE
Lo que más me impresiona de este pueblo, de Baeza, es que no es solo una ciudad de pasado, ciertamente ahí está su historia, para nuestro orgullo y porque constituye la esencia de su ser y permite a esta ciudad tener memoria, pero Baeza es sobre todo una ciudad con presente y abierta al futuro. Añoro Baeza, los grandes silencios de este pueblo, el lugar para perderse. Porque Baeza, a tiro de piedra de mi Ibros natal, ha sido como un segundo pueblo, para venir a la fiesta, al estudio, a la diversión, a las celebraciones populares, siempre Baeza ofrece a lo largo del año sus manifestaciones que sirven de imán a los pueblos a los que acoge con el manto de su generosidad y su desprendimiento. Siempre pensé en perderme en Baeza, en sus calles y plazas, entre ese mundo interior tan profundo y tan característico que percibe el visitante nada más llegar y recorrer sus calles. Enseguida vienen las comparaciones, que siguen siendo odiosas cuando tratan de que Baeza sea igual a otros pueblos. Baeza es Baeza, se le parece a tal o cual, pero tiene su sello, su personalidad, su estilo inconfundible.
En más de medio siglo de vida profesional comprenderán que he sido notario de los cambios experimentados por Baeza, de su crecimiento, de su empuje, de su dinamismo. La ciudad no podía vivir, ni Baeza ni ninguna otra, solo de la historia. Por eso se hizo una apuesta permanente por convertir en funcionales los monumentos, por rehabilitar palacios, ahí está el emblemático Palacio de Jabalquinto como uno de los símbolos de los que la ciudad puede presumir. Con lo hermoso que es el patrimonio heredado al paso de los siglos, hay que ver lo difícil que resulta intentar vivir únicamente de esos recuerdos y de ese bagaje. Trabajo le cuesta a Antonio Machado, que se enamoró al fin de los campos de Baeza, reconocer el poso íntimo de este pueblo, pasando de la nostalgia de otra tierra.
De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa
a solas con mi sombra y con mi pena
Pero un pueblo no es casi nada si solo tiene monumentos, lo importante, lo decisivo, lo deseable, es la simbiosis entre la realidad histórica y la ciudad que tiene otras defensas y un dinamismo. Recuerdo ahora con qué entusiasmo un grupo de personas se pusieron manos a la obra para crear la Universidad de Verano que empezó a dar sus frutos en el año 1979, hace ya 45 años, un proyecto que ha atravesado por diferentes etapas y que está plenamente consolidado desde el punto de vista económico y cultural, con la sede “Antonio Machado” de la UNIA. Como seguí cada una de las incidencias hasta la definitiva ubicación de la Escuela de Guardias Civiles que sin lugar a dudas vino a representar un revulsivo de enormes proporciones a esta ciudad ya para siempre ligada a la Benemérita Institución. Una ciudad Baeza que como tantas otras, en la década de los setenta, estaba necesitada de retos para afrontar y asegurarse su porvenir.
Siempre me ha interesado el talante de esta ciudad que tiene un peso específico en el conjunto provincial, su grandeza en tiempos pretéritos, la decadencia después y su resurgir, como decía antes no ya en lo cultural, sino en todos los aspectos. He admirado a Baeza por lo que es, por el alimento espiritual que tiene depositado en su patrona la Santísima Virgen del Alcázar, a cuya devoción me uno, o por la brillantez y singularidad que concede a sus manifestaciones más queridas, empezando por la gran fiesta del Corpus donde Baeza tiene el privilegio de ser altar de honor para el cuerpo eucarístico. Su Semana Santa es sobria, diferente, única, que yo he vivido en multitud de ocasiones y luego he tratado de difundirla como lo que es, una expresión plástica de la manera de ser, de vivir y de sentir de un pueblo que ama a sus tradiciones más queridas como solo sabe hacerlo una ciudad con un talante muy especial en lo cultural, en lo religioso, en lo social. Baeza ha puesto su empeño en la recuperación universitaria, y hay quienes seguimos pensando en que sin prisa pero sin pausa esta ciudad debe volver a tener posibilidad de contar con alguna facultad que le haga devolverle su antigua condición en el campo del saber.
Me tengo prometido amar a Baeza, a la Baeza de siempre, a la rica Baeza en todos los aspectos, quien dijo lo de pobre no acertó en nada, en ninguna acepción. Prometo dar respuesta a ‘la nombrada’, y vaya si nombrada y bien nombrada, y recorrer cada vez que pueda, como una obligación, esos remansos de paz que son las calles donde están sus principales monumentos, donde el arte y la historia se han recreado, pero especialmente, si me lo permiten, la Catedral, la Plaza de Santa María, tantos lugares que impregnan de pasado pero que llenan de sentido y de vida a la ciudad actual de cada día. Me hace ya para siempre una ilusión especial pisar este suelo, entrar a Baeza, visitar todo el conjunto monumental y el pulso ciudadano de este nido real de gavilanes.
En fin, al descubrir Úbeda y Baeza los enamorados de lo bello empiezan a formularse preguntas tras quedar embelesados por la ciudad baezana y completamente impresionados en la ubetense. Se trata de dos ciudades orgullo para todo el mundo, la joya de la corona en una provincia única.