Por ANTONIO GARRIDO / Voy a cumplir antes de que termine este mes de mayo, 51 años en la ciudad de Jaén, por tanto he seguido de cerca su evolución, creo conocer también sus principales señas de identidad, permítanme la jactancia, sus secretos, y el trato que le dio la historia; por supuesto conozco algo también sus rémoras y las facturas que el tiempo nos ha hecho pagar por una manera de ser que no nos ha favorecido a lo largo de los siglos. Y por lo demás siempre me gustó usar mi libertad de expresión y en tantos años he escrito muchísimo sobre Jaén, si bien he de confesarles que ahora las condiciones son poco favorables para tratar de transmitir y de buscar la verdad de las cosas, hay excesivas dependencias, hay un ambiente que como profesional me resulta a veces violento y decepcionante. Además se nos ha puesto en el brete de pretender situarnos hacia un lado de la trinchera, y los que siempre quisimos ir en una línea de independencia, por entender, acertada o equivocadamente que de esta manera se presta un mejor servicio al periodismo, aunque cuidado, no confundir nunca con indiferencia, algunos de los que hemos gozado con la pasión por nuestro trabajo, parece que nos hemos quedado sin sitio, y para los más sectarios, podemos pasar por ser lo que ni remotamente somos. Lo repito, malos tiempos para la lírica. Y para el periodismo.
Y es que siempre he creído firmemente, como decía Marañón, que quienes nos hemos dedicado y seguimos enganchados al oficio, la tarea cotidiana en mi caso es la de provocar una tendencia a la acción, dando vida al lector, inquietándolo, incluso provocándolo, lo cual en sociedades locales como la nuestra debería ser obligatorio. He dedicado lo mejor de mi vida profesional, en la que sigo en activo a pesar de estar oficialmente jubilado y espero que por mucho tiempo aún, a tratar de ser un periodista honesto y leal, que ha creído profundamente en su trabajo; he tenido una gran pasión y compromiso por mi Jaén, lo expresaré sólo con esas dos palabras con lo mucho que significan. Conservo de todo este tiempo recuerdos entrañables, para escribir no uno sino varios libros más. Y estoy convencido de que el recuerdo, como alguien ha dicho, “es el paraíso del cual no podemos ser expulsados”. Y tengo la satisfacción grandísima de haber apostado por mi tierra y de estar trabajando en ella, convencido de que merece la pena, jamás he pretendido ser su salvador, sino un sumando más a la causa. Si no fuera así me habría marchado, como otros muchos, Hoy puedo decir, con orgullo, que tuve suerte y muchas oportunidades para trabajar y he podido abrirme camino en otros lugares y con otras gentes, pero he preferido siempre mantenerme en Jaén y a la sombra de la Catedral, como me recordaba tantas veces el que fuera mi director y amigo, Melchor Saiz-Pardo. Hoy, sin renunciar a mi pueblo natal, pues me considero como solemos decir, de Ibros y muy de Ibros, en lo más hondo del corazón, me siento profundamente jienense, como dice Unamuno en sus “Paisajes del alma”, me siento un jienense ‘de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua, de profesión y oficio”.
ES evidente que se ayuda a Jaén tanto con la exaltación de sus valores y sus potencialidades, que por fortuna le adornan en abundancia, como también haciendo un juicio severo pero al tiempo constructivo de sus rémoras. No podemos seguir perdiendo el tiempo imitando a Franco cuando decía que Jaén le quitaba al sueño al socaire de una historia de frustraciones. El insomnio es un viejo defecto de muchos políticos, también de ahora, pero los ciudadanos ya es momento de que nos manifestemos en vigías permanentes para que le llegue su hora a esta tierra cenicienta que siempre dio más que recibió. Lo que está claro es que cada insomnio político ha derivado en un plan, pero a la postre se ha notado poco en los indicadores económicos, en la renta per cápita, en la convergencia (ahora le llaman confluencia, porque debe parecer más fácil confluir que converger), sólo que los políticos, que son los que han fracasado, se inventan planes, antes y ahora, para no confesar la vergüenza que les causa esta frustración. Y en Jaén, casi todos a verlas venir, apenas unos gestos y la respuesta, paradojas de la vida, son los aplausos a diestra y siniestra.
Les resumiré la que siempre fue mi propuesta profesional y personal sobre nuestra tierra. Empezaré por decir que he abogado, tantas veces clamando en desierto, por un Jaén más ambicioso, con menos complejos, pues es evidente que las sociedades modernas no lo pueden esperar todo de los manás, de los paternalismos, ni del interrogante que siempre supone el nivel de compromiso de las administraciones que nos representan. Los que trabajamos con esta idea que con el tiempo se ha encontrado con no pocas dificultades, unas propias de nuestra manera de ser y otras que dependen de una escasa respuesta de quienes ostentan o detentan el poder y no siempre históricamente lo utilizaron al servicio de Jaén y de los jienenses, sin embargo hemos perseverado, quiero decir que las adversidades no han sido capaces, por duras que a veces hayan sido sus apariencias, de destruir la ilusión y el entusiasmo, las ganas de seguir en el oficio y el amor inquebrantable a esta ciudad.
Siempre nos ha producido una especial inquietud que Jaén aspire a lo mejor, por eso en tantas ocasiones hemos impulsado una provocación en la ciudadanía, en sentido positivo, porque pienso que hay asumir responsabilidades ya que, aunque lo pretendiera, no se puede dejar todo a merced de la política, porque ésta tiene también sus limitaciones, hay espacios en el pulso de las ciudades adonde no puede llegar y ahí es donde hay que encontrar a jienenses comprometidos, a movimientos asociativos, a entidades culturales, a intelectuales, en fin, a bastante gente que tiene mucho que aportar, y en general a todos los vecinos y vecinas, para que esta ciudad no desafine en el concierto de la modernidad, para que no renunciemos desde la militancia ciudadana a tener un Jaén de Primera División, porque no cabe abdicación, y porque la renuncia es incompatible con la condición de jienenses orgullosos de serlo. Para Jaén siempre lo mejor y lo más grande, lo más digno. Entre otras razones, por una de egoísmo cívico: las personas pasan, los cargos públicos pasan…la ciudad permanece.