Por Antonio de la Torre Olid /
De uno de los tres debates sobre propuestas normativas acontecidos esta semana sobre inmigración, se ha podido deducir que por veinte mil euros, puedes librar a tu país de acoger a un negro o a un moreno. ¿Es ácido el título, incluso es racista, puede ser demagógico, más bien es simplista, o es realista, refleja el deseo inconsciente de más de uno e incluso el más consciente y anhelado?. A buena parte de los que han puesto de manifiesto un martes su rechazo, los que se dan golpes en el pecho con su fe dominical inquebrantable, habría que excomulgarlos, o de manera más piadosa, al menos ponerlos ante su contradicción, al recordarles que nada más llegar a su pontificado, su papa Francisco se desplazó en 2013 a Lampedusa, y diez años después, persistiendo la misma realidad, a Marsella, lugares en los que pidió perdón por nuestro trato.
La tentación sin embargo al abordar este asunto es caer los lugares comunes del buenismo y en la ironía, sin reconocer el calado de su complejidad, la que supone una llegada masiva de difícil asunción en Europa y sus razones o las soluciones que se intentan.
Este martes día 9 se debatía en el Congreso de los Diputados una Iniciativa Legislativa Popular para la regularización de residentes irregulares en España (como en 2005 ocurrió para normalizar a 580.000), muchos de los cuales llevan años aquí, deambulando de trabajo en trabajo y de identidad. Es una realidad en presencia, en una cifra en esta ocasión de 390.000, detrás de la cual hay otras tantas mujeres y hombres. Son esos que a veces no tienen más recurso que esperar a las ocho de la mañana en una rotonda, a que los llamen para subir al todoterreno (una práctica por suerte que tiende a ser puntual), para dirigirse al tajo a recoger aceituna y ser devueltos pasadas las cinco de la tarde al mismo sitio. Y mañana ya veremos. Inmigrantes sin papeles o con ellos, que se ocupan también en otras campañas agrícolas, en limpiar habitaciones de hotel o en servir como camareros, tan escasos. En Alemania es mano de obra que se reconoce que sin la cual, sería imposible sacar adelante determinadas labores con los nacionales.
¿Son formas modernas de esclavitud?. Es una forma de cosificar a la persona, porque a estos efectos, no importa su situación legal, se utiliza para sacar adelante el trabajo.
Por el interés te quiero Andrés, y si no, detengámonos en observar la enorme paradoja que ha supuesto el segundo asunto de esta semana. En este caso sí, alfombra roja para los beneficiarios de las Golden Visa, que se pretenden derogar. Tras la crisis mundial de 2008, en España se aprobaba en 2013 una normativa que ha permitido obtener permisos de residencia a más de 14.500 ciudadanos extracomunitarios, con el requisito de que adquirieran una vivienda ¡si su valor es superior al medio millón de euros!. En un país en el que un porcentaje altísimo de jóvenes no puede emanciparse o deben vivir en pisos compartidos a causa del precio de la vivienda, asistimos a las llamadas zonas tensionadas, en las que especialmente ciudadanos rusos y chinos han adquirido una vivienda, propiciando el encarecimiento de las de su alrededor, de las del resto de sus barrios y del mercado local en su conjunto.
El tercer debate tuvo lugar el miércoles 10, en el Parlamento europeo, en el que se debatió el Pacto de Asilo y Migración. Es decir, la regulación de los cupos de aceptación de inmigrantes en cada país, que como decimos pueden ser esquivados, con los mencionados 20.000 euros por cada uno de ellos. Decimos que el problema es mayúsculo y no debe ser objeto de análisis maniqueo. Es una regulación positiva, pero en cierto modo jibariza aún más un proyecto europeo incluyente, pues según los más expertos en el devenir de la UE, se trata de una regulación a la desesperada, que claudica el ideal comunitario, y que se intenta adoptar in extremis y como mal menor, a la espera de que la ultraderecha quisiera introducir medidas más drásticas después de las elecciones de junio, ante la debilidad de los socialdemócratas. Y ello se produce a la vez que no son noticia las políticas de cooperación con los países de origen, que parecen fracasar después de décadas de persistencia del problema.
Insistimos en que no se puede reducir el problema, sencillamente porque lo ocurrido en El Hierro este invierno es inasumible. No obstante, estando el problema como decimos en presencia, cuando se infunde odio y miedo, a la vez se provoca insolidaridad. ¿O es que de El Hierro no podrían desplazarse a otros lugares, como el proyecto que ha existido para ubicar un centro de estancia de inmigrantes en situación de vulnerabilidad en la base aérea de Armilla? Pero se ha retirado, a causa de la presión de los ayuntamientos de la zona, con el eufemístico argumento de que era de grandes dimensiones y más sinceros, advirtiendo de eventuales problemas de salubridad y convivencia.
Un dirigente ultraderechista ibérico ha aderezado estos debates de esta semana sencillamente diciendo de forma populista que la solución es repatriarlos a todos. De nuevo se engaña o se simplifica el problema, pues con algunos de los países de origen no hay ni acuerdos al efecto. Así que no quedaría más que tirarlos al mar si eso, y allá Cruz Roja y el Opem Arms dando bandazos, llamando a las puertas de uno u otro puerto.
A más a más, el problema se ve agudizado por coincidir en el tiempo con un conflicto bélico, en el que según los días, es más víctima el semitismo o el islamismo, según contra quien se haya producido el último ataque, y eso también influye en la consideración de los desplazados y en el afloramiento de argumentos en términos de cruzada.
A quien así lo reduce, habría que decirle que ojalá nunca padezca la soledad del que no quieren en ningún sitio. ¿El inmigrante abandona a su familia y su cultura por gusto o paga el traslado a un traficante y se juega la vida porque en su país no hay futuro, pasa hambre o es perserguido?.
Foto: Médicos sin Fronteras.