En el Santuario de la Virgen de la Fuensanta de Villanueva del Arzobispo destaca, enmarcado, un poema de Pemán dedicado a la titular del templo en el que le llama consolación de todo desconsuelo, pedacito de tierra y luz de cielo. San Juan de la Cruz tenía otras formas, en efecto, pero la poesía popular tiene un encanto de espeto de sardinas y balón de Nivea, de domingo en la playa. Personalmente, prefiero La Vaquera de la Finojosa a la lírica experimental y me place más la claridad expositiva de El divino impaciente que el calmo galimatías de algún vate imprescindible.
Reivindico a Pemán no sólo por su valor literario, sino por su sensibilidad de derechas, que, en contra de lo que se cree, no es la del señorito que se emociona con la floración en la dehesa, sino la de quien se siente comprometido con el prójimo porque Dios le trata bien a él. Lo que explica que, cuando ya era una celebridad, el poeta gaditano se carteara con un joven hortelano de mi pueblo que luego hizo carrera en la abogacía y en la literatura, por lo que no olvida ni a Aranzadi ni a don José María.
Menos agradecido, el consejo escolar de un colegio de Cádiz que lleva su nombre ha aprobado denominarlo de otro modo para cumplir con la memoria histórica. Pemán, que se sepa, no participó en el pelotón de fusilamiento de Lorca ni solicitó al Ayuntamiento de Colliure que declarara a Machado persona non grata. Su único delito estriba en su relación con Franco, de modo que es previsible que, por lo mismo, el consejo pida también la destrucción de los pantanos. Y, ya puesto, que plantee la supresión de las referencias a Cela en las clases de literatura. Habría que advertirle de que atacar La colmena es como darle un manotazo a un avispero, pero para qué. Además, cabe la posibilidad de que estos analfabetos vocacionales sean tan inmunes a las picaduras como a la inteligencia.