Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / La madrugada, pronto será un murmullo de velorio. Mientras, en el Cantón hay farra. Capirotes con sus túnicas. Lejanas las promesas fueron otra historia.
La cofradía de la liberación sube carrera arriba. Pronto el gentío se convertirá en muchedumbre, en una acompasada peregrinación. En la Catedral se alivia la procesión, pensando en lo que fue y ya nunca será.
La saeta es poesía, nunca existirá una mejor canción. El aire es como un clavel perfumado.
Ya sale el Nazareno. La Cruz con sus gozos y sombras.
Al principio fue la palabra, después la calumnia. Todo ocurrió para desembocar en un río de varas. La medalla suspira en el pecho del que cuelga, que está en primera fila. La batalla del verano se ganó en Cuaresma. Es su Semana Santa, solo la suya.
Sin embargo, los descarriados, los desventurados están. Porque, ellos son furtivos, son desterrados que vagan por el camino donde se encuentran lo real y lo efímero.
Jesús de los Descalzos encara con su túnica de tragedia el Cantón. Suena el Himno, la marcha más cebrianesca. La sentencia de un músico que se erigió en juez. Mas de setenta, ochenta años sonando cerca del alma del Nazareno. La música llevada al extremo del paroxismo.
En la cancela, la vieja de todos los siglos. La mujer que sabe lo que es una promesa. La mujer que escondía a su marido todas las madrugadas de Viernes Santo cuando bajaba de la sierra para ver a Jesús. Pues al hombre, también lo crucificarán.
Mientras pasa el reo, la abuela suspira y se pregunta: ¿Cuántas casas tuyas tendré que visitar hasta que me muera? Mi devoción fue mi condena, piensa. ¨ Déjame partir contigo, a tu cielo¨ murmura.
Alguien va a morirse, más pronto que tarde. Tumbado en la cama del hospital, con una foto del Nazareno en sus manos, pide el traslado a su casa de la Merced. La noche será corta. Es un hombre bueno. Le llegan los recuerdos de su infancia en la calle el Duque. Los sonidos de las trompetas de los romanos ensayando en el Carril, pues dejaron La Alameda.
Apenas puede respirar. Cerca de él está sólo un nieto. Los demás están esperando el fatal desenlace. Aquí, pronto la madrugada será murmullo de velorio también.
La muerte y la vida se encuentran en mitad del camino. El viejo muere, a la par que el Nazareno sale del Camarín.
Dos abuelos con idéntico destino.
El nieto suelta la mano de su abuelo. Va a dar la triste noticia. Y el murmullo se torna en llanto, y en el Cantón ya vuela la primera saeta.
Madrugada morada. Avanza Jesús, está muy cerquita de llegar a esa plaza que, siempre, será suya, la misma que le expropiaron.
El nieto coge el retrato del Nazareno. Desde el valle asciende con rapidez a la montaña, al viejo Jaén Jerosolimitano que presume de cruz y de huertos con olivos.
Ya está cerca de ver a Jesús, de cumplir la última voluntad de su abuelo, de ser sus ojos y acompañar al Señor por las calles de su barrio.
La madrugada, por fin, es un murmullo de velorio.
Jesús de los Descalzos baja la cuesta de su memoria. En la acera, el nieto mira la belleza del Señor.
La sombra de la cruz se alarga buscando la luz de la luna.
A mis abuelos Felipe y Lorenzo
Imagen: Una antigua procesión con Jesús de los Descalzos. (RED JAÉN)