Por RAMÓN GUIXÁ TOBAR / Una vez más hemos estado juntos. Todo comenzó en 1991, cuando se cumplían los veinticinco años de la diáspora del centro escolar. Un reencuentro entrañable en el Colegio, con visita a sus recordadas instalaciones y proyección de imágenes antiguas que nos hicieron recordar, que es volver a vivir. La Santa Misa compartida en la capilla, y una cena en la pista de baloncesto espacio de tan intensos recuerdos para mí. Nos volvimos a encontrar en 2015; medio siglo después del término de los estudios de Bachillerato. Pero no quedó todo ahí. Desde entonces nos reunimos varias veces al año. Cada mes de marzo, en Granada, encuentro organizado por los que viven, con corazón jaenero, en aquella ciudad mágica, puerta del Universo. En junio, en el aniversario de la promoción. Y ahora, en época de Adviento, a las puerta de la Navidad. Y muchas veces en desayunos de masa frita, anís Castillo de Jaén, estufa junto a la mesa y conversación entrañable, o en cónclaves, reducidos e imprevistos, de algunos de los componentes del grupo. Hay fusión anímica desde antaño. Estamos ligados entre nosotros con lazos indelebles.
Festividad de San Andrés. Bajada notable de presión. Presagios de agua futura. Brisa premonitoria de fuertes chubascos que se convertirá en áspero viento ábrego en la madrugada. Agradable temperatura. Salón junto a la Renfe. Ha convocado nuestro almirante Carlos Alonso. Van llegando asistentes de la visita realizada al antiguo Banco de España hoy sede del interesante y bien diseñado Archivo Histórico Municipal jaenero. Sonrisas abiertas. Ojos de luna llena. Abrazos sostenidos y sentidos a los que acaban de incorporarse. Brillan las pupilas, como en aquellas noches de junio de finales de los sesenta, cuando, a las dos de la mañana, seguían las risas, el humo de los pitillos, y las conversaciones inacabables, con cuidado de no despertar al severo e iracundo hermano Ignacio Polón, en el cuarto del hotel invadido de colegiales, en aquel inolvidable viaje de estudios a Barcelona, Andorra, Zaragoza y Madrid.
UNA PROMOCIÓN INOLVIDABLE
Somos los mismos de siempre, integrantes de la Octava de Maristas, esa inefable promoción formada por la quinta del 49, algunos del 48, y como excepción, del 50. Aquellos colegiales que nos conocimos muy jóvenes, algunos de nosotros en la infancia en el vetusto edificio de la Plaza de la Merced, antes de emigrar al norte jaenero, a esa flamante construcción espaciosa, luminosa y atractiva, donde tan fácil era estudiar, hacer deporte y entablar relaciones sólidas que aún no han terminado de diluirse entre los escolares que realizamos el exigente examen de Ingreso, en el curso 58-59. Ejercicios escritos, y otros orales ante tribunal para niños de 10 años que se manejaban admirablemente en ortografía, lectura, expresión oral y conocimientos más que notables de historia, geografía o matemáticas. Una prueba rigurosa previa al Bachillerato que no todos superaban a la primera. Eran otros tiempos, y el nivel de exigencia tenía situado muy alto el listón. Después vendría un bachillerato de seis cursos, con dos reválidas intercaladas que eran verdaderos filtros de selección, pues los que no estudiaban lo suficiente se quedaban en el camino. Y como guinda pastelera el preuniversitario, curso completo y durísimo, con un examen, si te daban el “pase” en el colegio, ante tribunal en Granada, que costaba verdadero trabajo superar. Tras esta apasionante y completa carrera de obstáculos, la preparación del estudiante era admirable para hacer frente a la enseñanza universitaria que abría el camino a seguir. Los que no la emprendían estaban muy bien pertrechados para abordar otros periplos vitales, como estudios de grado medio en los que se abrían paso con relativa facilidad. Otra época. Una generación dura, cuyos padres se habían abierto camino en condiciones difíciles y habían apoyado con ilusión, pero exigencia, la preparación escolar de sus hijos. Una generación la nuestra sacrificada, austera, pero con ilusiones, esperanza en el futuro, confianza en sus posibilidades, valores nítidos vividos en casa y en las aulas escolares que servían para hacer frente a las peripecias futuras con unas claves de identidad propias, reales, aptas para abordar cualquier peligrosa travesía del desierto. También había sombras en aquellos tiempos, hay que destacarlo, pero eran muchas más las luces, los faros incólumes que alumbraban el camino. De esta promoción inolvidable han salido excelentes profesionales del derecho la medicina, la enseñanza media y universitaria, el mundo empresarial, artístico, dramático, poético, literario, investigador…, pero sobre todo han florecido, con todos nuestros defectos, personas cultas, íntegras, agradecidas, cariñosas, honestas, vitales…Compañeros de distinta formación e inclinaciones, con diversos horizontes e historias vitales y familiares, pero unidos indisolublemente por vínculos que nadie puede romper, y que ni ellos mismos pueden definir con acierto. La Octava de Maristas, una promoción jaenera para el recuerdo que produjo aquel añorado liceo, que por aquellos tiempos constituía, junto al jesuítico san Estanislao de Kostka, del Palo, Málaga, dos de los más afamados centros de enseñanza privada de Andalucía, según cuentan y relatan los que saben de eso.
Los tiempos han cambiado. Ya lo anunció Bob Dylan. Contemplamos asombrados pero impertérritos el derrumbamiento de todos los valores en que fuimos formados. Lo comentamos con cierta tristeza. Pero ya no cabe hacer nada. Nuestra generación dio ya todo lo que tenía dentro, lo bueno y lo menos bueno. Los nuevos tiempos deben ser abordados por promociones más jóvenes que tanto se juegan ante la nueva invasión de los bárbaros de esta época antes de que todo quede derruido, devastado y calcinado. Si quieren conservar algún valor que todavía pueda ser útil a las gentes la lucha es suya. Se lo juegan todo. Nosotros ya no podemos ser sino espectadores de los acontecimientos.
ES AMOR. ES SENTIMIENTO.
Compartimos un ágape fraterno en el que somos lo que siempre hemos sido, pues la amistad de antiguos colegiales es sin duda un tipo especial de amor y sentimiento, pero de un amor entrañable, fraternal, que nada exige y lo da todo, que nada finge, que nada esconde ni disimula, en el que hay dosis suficientes de recuerdos, compañerismo y aventuras compartidas, piques y reencuentros, nostalgia de lo pretérito y presente activo… Un amor especial que no se parece a ningún otro y del que disfrutaremos para siempre. Es comprensión, ternura antes reprimida, ahora expresada con vehemencia, consuelo, paz del alma. La amistad colegial nos hace sentirnos vivos, acompañados, comprendidos, aceptados sin reservas. Nos hace ser auténticos, mejores, relajados, vitales, felices. No hay contratos, ni promesas, ni firmas de esponsales, tan solo naturalidad y corazón abierto al paso de los años. Y aunque el tiempo no transcurre en vano, nosotros lo moldeamos, lo dilatamos y comprimimos, nos hacemos dueños de su misteriosa estructura, de su loca cabalgada. Lo domeñamos, lo detenemos, lo disponemos a nuestro servicio. Lo dejamos sin existencia propia en tales íntimos y numinosos momentos. Y así, al volver a estar juntos, somos los niños de siempre, aunque con caparazón de hombres maduros que han hecho la travesía vital, navegando cada uno con sus propias fuerzas, conocimientos y diverso grado de fortuna. Pero ahora somos muchos en uno, latimos en estos instantes intensos con un único y compartido corazón. Somos colegiales aún, somos compañeros y amigos, pudiendo ser nosotros mismos ¡con lo difícil que es eso! Somos La Octava de Maristas, nada más y nada menos.
Veintisiete pupilos pudimos reencontrarnos una vez más. Algunos no pudieron hacerlo por distintos motivos. Otros vinieron desde Granada y Málaga al gozoso cónclave. Y recordamos con afecto y emoción a los que se fueron imprevistamente en el último año. Después vendrán las fotos, las anécdotas, el misterioso y despistado colegial que se zampó más gambas de la cuenta, y que aún busca algún que otro famélico comensal por los alrededores…las conversaciones intensas, el chupito que no quieres que acabe nunca, los últimos abrazos de ojos húmedos, el fuego abrasador del wasap hasta la medianoche, la vista puesta en la siguiente convocatoria: Granada, tierra soñada por mí, veintiuno de marzo de 2024.
REVOLUCIÓN ANÍMICA
Termina mi evocación haciendo mío, e incluso, modelándolos para la ocasión, unos versos sutiles del historiador y poeta argentino Paolo Cingolani: Amigos queridos, volved a casa conmigo pronto, contadme todo, cambiadme todo, que necesito vuestra presencia incomparable, vuestro calor humano, vuestra resurrección, vuestra liberación, vuestra revolución…
Porque es una revolución del alma compartir con vosotros, entre todos, estos momentos de amistad antigua, presente y futura. Misterio de amor y afecto, fuego sagrado que arderá en nosotros mientras vivamos, y más allá de la muerte, que no es el final, desde luego, aunque algunos afirmen lo contrario. No les hagáis caso. No saben lo que dicen, pues algo tan noble, bello y excelso como la amistad de antiguos colegiales es algo que no puede morir jamás. Es eterno. Tendrán que hacernos un hueco y acostumbrarse a nosotros los rectores de la otra dimensión. No les quedará otro remedio.
Que Dios os bendiga amigos. Os dejo ya pues debo hacer los deberes de mañana, trazar con precisión el mapa de Europa y de los ríos de España ¡con todos sus afluentes!, repasar el tema de los cartagineses, aprenderme de una vez la quinta declinación latina, y la conjugación del verbo eo is ire ivi itum, solucionar esa ecuación de Matemáticas que me tiene en ascuas, hacer el dibujo de la jarra que mandó el Cotas, y trazar en el cuaderno con precisión los ejercicios de caligrafía. ¡Ah, se me había olvidado!, y escribir quinientas veces: No miraré por la ventana en clase de Literatura, castigo que me puso El Fetes cuando comprobó cómo estaba embobado contemplando los andares celestiales de esa chica rubia de las trenzas, paseante cotidiana de aquellos andurriales, que pasaba frente a la fachada principal del colegio, la calle de Escombreras, como la bautizó algún hermano con suprema ironía. Si la viera ahora…, tendría que llamarla Indianápolis. ¡Cómo ha cambiado Jaén! Por cierto, sobre tales andares celestiales comentar el hermoso piropo que decían por Los Jaenes antaño ante taconeos decididos y garbosos: ¡Anda…, y la que no sepa andar que haga los “mandaos” de noche!, expresión, para mí ingenua, bellísima y laudatoria que en estos tiempos de ayatollahs y ayatollallas se consideraría expresión machista, vituperado y multado el emisor de la sentencia y castigado a la dolosa pena de ver íntegro el telediario cada día durante dieciocho meses para reeducar el pensamiento. O tempora, ¡o mores!, que diría Marco Tulio, el retórico. No añado Cicerón para no dar pistas.
Ya sabéis que os quiero. Para qué lo voy a repetir.
Ramón Guixá Tobar
Foto: Los caballeros de la mesa cuadrada.