Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Sentir es el verbo. El acto en el que el ser humano es feliz, de forma plena. Sentir, mirar, observar…
Alberto, esta mañana, ha estado en el campo. Los colores del otoño siempre le sorprenden. Son los mismos, pero cada año aprecia alguna diferencia, que hacen de la estación amarilla la mejor de las cuatro.
El poeta, esta vez, no buscaba inspiración en el bosque. A pesar de que la belleza, compartida entre el Portichuelo y Jabalcuz, invita a la creatividad. Hoy, nuestro amigo, ha querido encontrarse a sí mismo. Buscando la nostalgia de su juventud, cuando su lucha era una disputa honrada, en la que estaban en juego los derechos de muchos ciudadanos.
Él corrió delante de los grises, para que el estado de derecho conquistara la difícil plaza que, siempre, ha sido España.
Él, un militante activo, no entiende el marco político actual, en el que el conflicto entre los territorios se está enquistando, hasta el punto de que se puede llegar a un callejón sin salida.
Piensa que la honorabilidad política, ya no existe. Esclavos de sus ideologías, y de sus astronómicos sueldos, los políticos españoles no son capaces de actuar por el bien común.
Hoy en el campo, mientras veía las sierra de la Pandera, se ha acordado de aquellos políticos antiguos, que tantas concesiones hicieron por el bien de España.
Alberto, desde siempre, ha huido de los nacionalismos, que no dejan de ser un método de control de la minoría que ostentan el poder.
Los nacionalismos son buenos cuando son culturales, como dijo el maestro Emilio Lledó.
Estos unen a las personas, y hacen que ondeen la bandera de la armonía.
El poeta está triste, no entiende cómo el nacionalismo catalán y vasco se ha radicalizado.
Sus posturas están convirtiendo la política española en un esperpento, propio del genio de Valle- Inclán.
La ley de Amnistía es un claro ejemplo de las concesiones a la periferia, quebrando el principio de igualdad entre todos los territorios de España. Sí al reconocimiento de las identidades culturales, pero dentro del gran marco de convivencia que se llama España.
Y, si hay que hacer un referéndum, que se haga. No podemos tener esta carga que es el nacionalismo excluyente catalán y vasco.
Pero más importante que todo lo anterior, es que la gente encuentre trabajo, que tengan un acceso fácil a la vivienda , una sanidad pública, y muchos derechos, que parecen que se nos están negando. Sin embargo, esto no le interesa a ningún mandamás. Con estas cosas de las banderas e identidades nos tienen entretenidos y cabreados.
Alberto sabe que más de uno pensará que es un demagogo.
Por el valle del Portichuelo sale una luna que, quizá, nos alumbre de verdad.