Por ANTONIO GARRIDO/ En estos días estamos observando los seguidores de las redes sociales la recreación de imágenes del desaparecido Teatro Cervantes, el gran referente cultural que tuvo la ciudad de Jaén en el pasado siglo y que la incultura y la especulación urbanística hicieron desaparecer a mediados de los años setenta, eso sí, con la pasividad de los jienenses, que debieron evitarlo a toda costa, pero Jaén estaba en plena etapa de letargo y ni siquiera tantos cientos de vecinos que habían sido fieles a la intensa programación de su teatro fueron capaces de alzar la voz. Por supuesto tampoco las autoridades, de vez en cuando surge algún debate en redes, no se trata de poner nombre y apellidos a los que estaban en ese momento ocupando cargos públicos, porque en acciones tan lamentables como la que comento, la responsabilidad es de todos, cierto que de unos más que otros, porque podían recurrir o firmar decretos, pero en aquellos años de ordeno y mando así como de tanta autoridad para la picota asesina del mejor urbanismo del que podíamos presumir, cualquier iniciativa era acallada por los poderosos, en especial los especuladores con buenas cuentas corrientes. Fuimos víctimas de ese boom, y encima debemos dar gracias porque por la misma razón que se cargaron el emblemático Cervantes pudieron poner la vista y la misma picota sobre cualquier otro edificio de nuestro patrimonio monumental o sentimental.
El caso es que ha tenido que pasar el tiempo, en este caso ya estamos hablando de 48 años, para que muchos jienenses no podamos contener la indignación por aquella afrenta. Esto ocurrió poco después de llegar yo a Jaén para ejercer mi tarea profesional, que fue en 1973. La verdad es que me extrañó mucho esa operación mercantilista, pero como en aquellos tiempos, todavía de censura, el poder no admitía preguntas, únicamente hacía y deshacía a su antojo, me sumé, entonces yo no me consideraba todavía un jienense más, a una silente incomprensión y sentía, eso sí, que se estaba arrebatando parte del alma de la ciudad. Pensé para mi adentros, los jienenses sabrán...Con el tiempo he aprendido que las ocasiones que se pierden, como aquella histórica, ya no se recuperan. Nos quedan las fotos, las imágenes, en internet hay infinidad de ellas y nos queda recordar con mucho orgullo lo que representó el Teatro Cervantes en el Jaén de su tiempo. Por su escenario pasó lo más granado de la escena nacional, todos los nombres sonoros, el Festival de Otoño que se viene celebrando en Jaén en los últimos tiempos, con ser importante, no tiene nada que ver con la nómina de figuras que desfilaron en el Jaén a partir de la inauguración de teatro en 1907. Aquel final fue, hay que decirlo muy claramente, la respuesta lucrativa, insensible, dictatorial, y todos los adjetivos que les vengan en gana, a un Jaén adormilado, acomplejado, conformista…
Con los años mi gran amistad con el médico Benito Rus Morales, que además de un profesional de la medicina dotado de un gran ojo clínico, siempre lo recuerdo así, era muy culto, humanista escribió el libro “El Cervantes: Crónica sentimental de sesenta años de teatro en Jaén” y me aprendí esa lección. Benito Rus, que durante muchos años fue crítico teatral y taurino, de modo que el Cervantes era como su segunda casa, me hizo entrar tan profundamente en la historia del emblemático teatro, que prácticamente daba la impresión de que había vivido tantas y tan agradables veladas. El propio Benito Rus, que estaba considerado como una institución en Jaén, porque lo era, y bien sabe Dios cuánto lo recuerdo, me confesaba con mucho pesar y sentimiento cómo pudo permitir el pueblo de Jaén la salvajada urbanística, derribar un templo de la cultura, precisamente al lado de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, para dar alas a un banco y a la construcción de viviendas para un delicado cupo de señoritos del Jaén de la época, que no digo que no tuvieran derecho, pero en otro lugar, más arriba o más abajo, nunca ahí. El libro de Benito Rus de alguna manera nos reconciliaba a una mayoría de jienenses, los que no aplaudimos la barbarie, con la historia, y al tiempo, qué remedio, si no perdonar, porque esto es imposible, sí olvidar aquel duro trance de la vida de la ciudad.
También en las redes se puede encontrar, y es muy agradable tener este recurso hacia la memoria entrañada de Jaén, suficiente material gráfico sobre la mayor parte de las actuaciones a lo largo de los 68 años de vida del Cervantes, y ahí ya no hay duda de su función. Por él pasaron, entre otros muchos nombres, Ismael Merlo, Zori-Santos, Celia Gámez, Tony Leblanc, Antonio Casal, Gila, Juanito Navarro, Ethel Rojo, Miguel de Molina, Canalejas, Juanita Reina, Lola Flores, Manolo Caracol, Antonio Molina, Juanito Valderrama, Concha Piquer, Dúo Dinámico, Rocío Jurado…se representaron las mejores zarzuelas y obras de teatro, y por supuesto era también un local de cine y se exhibieron las mejores películas del momento. Un hito también sentimental, ligado para siempre al Cervantes, fue el estreno, en 1932, del llamado “Canto a Jaén”, con letra de Federico Mendizábal y música del maestro Emilio Cebrián, con un éxito tal que tres años más tarde ya se había convertido en el Himno a Jaén del que nos sentimos tan orgullosos. La historia escrita sobre el desaparecido Cervantes resume su final en una lucha entre los intereses especulativos y los culturales, con victoria muy notable sobre los primeros, de modo que el 29 de octubre de 1968 fue sacado a pública subasta, pero antes, según los datos recabados, el empresario Juan Ramírez y hermanos compraron el edificio a la familia Cuevas y también la parte que tenía Pedro Millán, que regentaba el también recordado “Ideal Bar”. Todo se puso en manos de Rumasa, que procedió a la demolición definitiva en julio de 1975, quedando sus 1.419 revalorizados metros cuadrados de superficie, nos cuentan las crónicas posteriores, para la construcción de un moderno edificio multiusos que incluiría en sus bajos el consabido banco y un cine de igual nombre que su homónimo. Hoy ya ni el cine existe, como bien es sabido.
Foto: Vinilos colocados en la esquina del viejo Cervantes, con lo que el anterior Ayuntamiento, presidido por Julio Millán pretendía abrir una «ventana a la historia».
Todo lo anterior que he sentido la necesidad de escribir porque las redes, de las que tantos motivos tenemos a veces para quejarnos, también nos dan la oportunidad de unirnos en objetivos comunes, y esa es una vía de comunicación que hemos de fomentar, de sentirnos orgullosos de la ciudad que tenemos y aunque sea con pena y desde la resignación, del Jaén que tuvimos, con la idea de que los pecados del pasado no vuelvan a repetirse, esa es nuestra obligación y responsabilidad. Hay que reconocer al anterior equipo de gobierno que presidía Julio Millán, que dentro de las actuaciones para la descontaminación visual del entorno de la Catedral, para favorecer su declaración como Patrimonio de la Humanidad, colocó unos vinilos recreando hermosas imágenes relacionadas con el Cervantes, como una «ventana a la historia», creo recordar que fue el motivo de la iniciativa que tuvo lugar en junio del año pasado y ahí están luciendo y llaman la atención de los jienenses, lo cual aplaudo.
Pero más todavía, en el pasado mes de abril, cuando se inauguró en la esquina entre la Avenida de Madrid y calle Virgen de la Cabeza una réplica en bronce del edificio de lo que fue la popular Escuela de Peritos, -desaparecida tras el acuerdo para la instalación de El Corte Inglés-, donde se formaron generaciones de jienenses, ya sugerí que la misma actuación debía trasladarse a otros lugares de la ciudad, y creo que es el caso del Teatro Cervantes, en una zona próxima debería levantarse una réplica, que es posible que exista y si no puede hacerse, ahí tenemos a nuestra prestigiosa Escuela de Arte “José Nogué”, de modo que en el espacio urbano, en pleno centro, se perpetúe el recuerdo a una institución, querida, añorada, para que en el futuro estemos más despiertos y nadie tenga la tentación de servirse de ese patrimonio que hace grande a una ciudad. Dicho queda.
Foto: Una imagen para la nostalgia, el edificio del emblemático Teatro Cervantes, que desapareció de nuestro paisaje hace 48 años.