Por ANTONIO GARRIDO / Fuera de Jaén por la necesidad de cambiar de aires, despejar la mente y tener espacios para la lectura y el pensamiento, me ha sorprendido tristemente la noticia, conocida por Diario Jaén, del fallecimiento de un ilustre hijo de Jaén, don Ildefonso Serrano-Gámez Mengíbar. La palabra “ilustre” no es una concesión al personaje, es una definición de justicia para llamarlo de la forma en que se merece. Ilustre, en el diccionario: “Que es muy conocido por haber hecho algo importante o sobresalir en alguna actividad”. Ildefonso Serrano-Gámez, Alonso Serrano para sus innumerables amigos, ha sido nada más y nada menos que uno de los mejores empresarios que ha dado la provincia de Jaén en el último medio siglo, y cuando digo de los mejores quiero decir de los cinco primeros, porque tampoco se trata de establecer ahora el ranking, pero desde que llegué a Jaén en la década de los setenta, pocos ejemplos como él han sobresalido en el ámbito empresarial como creadores de actividad, de empleo, y de saber abrirse a otros mercados contribuyendo a hacer más grande la proyección de nuestra tierra. Durante décadas hablar en Jaén de Serrano-Gámez era hacerlo de un emporio, pero creado gracias al esfuerzo de este activo emprendedor nacido en Jódar, que acompañado de algunos miembros de su familia “tomó” Jaén y luchó contra viento y marea en sus empresas, un grupo consolidado con diferentes líneas de negocio, de los hierros al sector de la construcción, pero también se convirtió en mecenas, y en imprescindible, porque el prestigio ganado con los años y con el duro combate de los negocios le hizo ganar presencia e influencia. Era un poderoso empresario, en el mejor sentido de la expresión, rifado por las organizaciones empresariales, también tentado por la política, de hecho llegó a ser concejal en el Ayuntamiento de Jaén.
En este momento trato de recordar algunas de las conversaciones mantenidas con Alonso Serrano, en su despacho, a solas. Siempre un forjador de sueños, todo le parecía poco, pero su verdadera obsesión fue tratar de ser fiel a la parábola de los talentos, él que era un cristiano convencido, miembro del Opus Dei y uno de sus referentes en Jaén, pero al tiempo le apasionaba Jaén, ser útil a su tierra. Cada vez que salía de alguna de esas conversaciones tuve la sensación de haber asistido a una lección de vida, la que podría dar un padre a un hijo o un profesor a un alumno, pero aumentaba la admiración por este hombre, ciertamente hecho a sí mismo, pero con una capacidad innata, propia sólo de unos pocos escogidos. Ha sido un empresario de éxito, querido y respetado, y reconocida su trayectoria con premios singulares, y le viene como anillo al dedo una expresión que él sin duda merece: hombre de bien. La última vez que le vi fue en un centro de salud, hace pocos meses, íbamos los dos con mascarilla y al principio no le reconocí, pero él a mí sí. Me dio mucha alegría saludarlo y estrechar su mano. Nuestra relación siempre fue amistosa y cordial, siempre le tuve como emblema del empresariado de una época, un adelantado, pasará a la historia por lo que hizo y por cómo lo hizo. Él estaba en deuda con esta ciudad que le abrió sus puertas, en realidad nos la abrió a muchos y en el mismo tiempo, pero a la par esta ciudad tiene con Alonso Serrano esa misma deuda pero de gratitud por sus logros, porque el tiempo pasa pero la memoria no debemos perderla.
No todo fueron parabienes, en los últimos años, las dichosas crisis hicieron mella en ese proyecto tan ambicioso en el que se dejó la piel junto con su familia, y en su serenidad y fortaleza ha transcurrido esta etapa que culmina con el adiós que hoy le damos, unos presencialmente y otros desde la distancia, aunque he elevado los ojos al cielo en una sincera plegaria por el eterno descanso de su alma. Don Ildefonso es de esas personas a quienes hay que colocar el “don” por delante, porque es sinónimo de admiración y de respeto, no sólo deja una estela de gran empresario, es mucho más que eso, el patriarca de una gran familia, su refugio y su fortaleza, siempre unida en los buenos y en los malos momentos. Hombre de fuertes convicciones y profundamente creyente, estaba preparado para entrar en la Casa del Padre, porque, como reza el prefacio de la misa de difuntos “aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad”. Mi más sentido pésame a su esposa, a sus hijos, nietos y a toda la familia. Les siento desolados por la dolorosa pérdida, pero partícipes de la alegría de la fe, y de alguna manera reconfortados para paliar la tristeza y el desgarro que produce esta despedida. Querido y admirado Ildefonso, descansa en la paz del Señor.
Foto: Ildefonso Serrano Gámez, en imagen tomada de la revista “Saudar”.