Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Es pronto, todavía, para deciros quién soy. Pues, yo no sé si, realmente, soy el que dicen que soy.
Vosotros, sí. Sois la raza que domina el mundo. Siempre estáis atentos a unas normas por las que os guiáis. Su origen se funda en el principio. ¿Pero cuál es el inicio? Algunos dicen que soy yo.
Y, ahora, después de más de dos mil años, dudo de ese principio. No sé si existí o fui una invención de esos protocolos con los que la luz del individuo se quería controlar, apagar.
Los textos, que hablan de mí, solo citan la parte más trágica de mi existencia. Nadie ha investigado sobre mi vida anterior, ni se han preguntado si fui feliz. Me acuerdo de las tardes de primavera con mi madre. Mientras mi padre trabajaba en su taller, ella y yo dábamos largos paseos entre los olivos. Sin embargo, de esto nadie dice nada. Habláis de que mi padre José no es mi padre y que mi madre solo vino a este mundo a sufrir.
¡Qué bonitos son los cuadros, las imágenes con las que me representáis! De todas ellas, la que más me gusta es aquella en la que un hombre encorvado con una cruz sobre su hombro pierde su mirada en el suelo. Nazareno, creo, lo llamáis.
Esta ciudad, por la que camino, es muy similar a aquella en la que supuestamente me mataron, pues, como os he dicho antes, ya dudo de mi existencia.
Tenéis vuestro propio monte de la Calavera, que con su gran patíbulo que mira al cielo, derrama la belleza de vuestras calles y cuestas tan dolorosas, igual que aquella de la que vengo.
Al empezar, me recibís con palmas y olivos. Luego, cuando los que gobiernan os convencen otra vez, renegáis de mí y el proceso comienza de nuevo. Y, con la cruz, subo la cuesta que llamáis de La Ropa Vieja. Entonces, volvéis a tenerme pena. Y lloráis, cantáis saetas, os abrazáis y hasta os acordáis de vuestros muertos. Y, cuando al mediodía, llego al sitio que llamáis Santiago, os viene a vuestro recuerdo un músico que compuso mi réquiem. Cebrián, creo que se llama. Y ese himno no para de sonar hasta llegar al paroxismo. Y os volvéis tan beatos, que incluso perdonáis a las mujeres de vida alegre, que están asomadas en un balcón.
Pero, ¡ay malditos!, en el momento que mi sombra, lo que queda de mí, después de doce horas de agónica exhibición, se pierde por la estructura del Arco de San Lorenzo, de nuevo comienzan los insultos y las maldiciones. Y las mujeres del balcón se esconden muy asustadas de vuestra furia.
¿De verdad creéis que si yo fuera quien dicen que soy permitiría esto? Me estáis matando. Aunque, la esperanza, todavía, se puede recuperar. El Dios que yo quiero ser es un Dios en el que no sea necesaria la redención ni una cruz para perdonar todos vuestros pecados.
Sí, ahora creo que sé quién soy. El mismo que os han dicho desde que estáis en el mundo. Soy Jesús de Nazareth y me hubiera gustado no haber muerto en la cruz. No sé si podré daros la vida eterna, pero sí el amor.
Foto: La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, de Jaén.