Por ANTONIO GARRIDO / LA objetiva realidad de la provincia de Jaén es que no le ha ido bien con su clase política. Esta es una de las claves, históricas, como casi todo, del victimismo jienense que es un invento de la propia política, que prefiere la complacencia a la crítica. Tanta exteriorización del agrado de la masa social con todos los regímenes, antes de Franco, con la dictadura, con los gobiernos democráticos de UCD, con Felipe González, con José María Aznar, con Rodríguez Zapatero, con Mariano Rajoy y desde luego vivo y coleando con Pedro Sánchez, han marcado a nuestra tierra desde el punto de vista de un evidente divorcio entre los intereses generales y los de los políticos que antes y ahora hemos elegido. Por supuesto que de igual o mayor manera que mirando a Madrid cabe valorar el papel de los gobiernos de la autonomía andaluza, con los presidentes que más han durado, Manuel Chaves, José Antonio Griñán o Susana Díaz, hasta llegar al actual Juan Manuel Moreno Bonilla, que lleva aún poco tiempo, pero que no me atrevería, al menos en este momento, a mejorar mucho el pronóstico, me mantengo en la situación de militante escéptico. De todas maneras, aunque estoy a favor de la autonomía para la comunidad, siento que al menos en el caso de Jaén tantas veces da la impresión de que simplemente hemos cambiado un centralismo por otro, y lo digo con pena y un sentimiento de frustración. Jaén versus políticos es otra espina clavada en el corazón mismo de una relación de abandono y de olvido. Y claro, así nos fue y así nos va.
Parece obvio señalar que las firmes aseveraciones que hacemos no son incompatibles con el respeto por la dignidad de la actividad política, más aún en el marco de la democracia, donde la última palabra es de los ciudadanos. Son los propios políticos los que han de ganarse el crédito por lo que hacen, y aunque la generalización derive a veces en injusticia, es un referente de arraigado sentir, si bien la dura crítica se convierte al fin en extraña y resignada adhesión votante.
Se me ocurre esta reflexión al hilo de una de mis visitas habituales a la hemeroteca, donde echando la vista atrás es bastante fácil reprochar el comportamiento de los gobernantes que hemos padecido a todos los niveles. Tengo en mi mano un recorte de prensa, de enero del año 1998, precisamente referido al contenido de un programa que emitieron conjuntamente las distintas emisoras de la provincia, auspiciado por la Asociación de la Prensa, y que cada año trataba de analizar los retos más importantes de Jaén. Por un momento, y me ocurre con mucha frecuencia cuando me encuentro con hallazgos de la misma naturaleza, no he sabido si reír o llorar, porque la impresión que me produce es muy pesimista, de auténtica derrota de los intereses de nuestra tierra. Pues bien, en ese encuentro por todas las emisoras, la provincia entera lo pudo oír, políticos y agentes sociales se juramentaron en que había que llegar al nuevo siglo con un objetivo prioritario marcado, el ferrocarril. Es más, se comprometió que era la máxima prioridad. Han pasado de aquella cita 25 años, ya dimos la bienvenida al siglo XXI y aquí nos vemos y no con el mismo panorama de entonces, ahora es mucho peor. ¿Cómo calificamos a todos los políticos y agentes sociales, cada uno en la responsabilidad que le compete, cuando estamos en el año 2023 y la situación es la que es? ¿Tiene Jaén, pues, lo que se merece? No quiero creerlo, entre otras razones porque el planteamiento es demasiado simplista. Lo que sí se puede afirmar con cierta rotundidad es que los políticos, por lo general, no estuvieron casi nunca a la altura de las circunstancias.
En los últimos años se nos ha querido hacer comulgar con ruedas de molino en el sentido de que la perversión estaba quizá en los diferentes colores de los gobiernos, pero la suerte y el desamparo no han sido distintos con los de una misma adscripción. Uno de los graves problemas agudos es que nos tragamos lo que nos echen con una facilidad asombrosa y sabedores de ello, los políticos, campan a sus anchas y venden sus mercancías con la mayor tranquilidad y descaro, carentes del más mínimo pudor. Y es que una provincia tan necesitada no debería tener, y mantener, a algunos políticos tan irresponsables en tanto que se han ido perpetuando los temas pendientes. No se nos olvide que seguimos en la cola de las provincias por datos estadísticos objetivos y que sólo obras son amores…Por fortuna ahora tenemos la suerte de contar, cada vez más, con una sociedad civil organizada, con una rebeldía cívica, que tampoco ha sido fácil articular porque en esta provincia, desde siempre, desde el imperio del caciquismo, siempre nos ha acompañado una bien ganada fama de indiferencia, de complejo de inferioridad, de resignación y de abdicación.
El caso de la capital es especialmente sangrante, y lo que flaquea con bastante frecuencia es la memoria histórica y no digamos ya la coherencia política que eso es pedir demasiado. Mientras tanto ahí están la nómina de proyectos (suficientemente conocidos por todos y que no vamos a enumerar de nuevo) esperando que alguna vez puedan llegar a coincidir los intereses de partidos y de las administraciones que gobiernan, es decir, de las disputas internas, hoy con plena vigencia entre las dos principales formaciones que rivalizan a ver quién ofrece un espectáculo más deprimente. Fuera, los ciudadanos, desamparados e indefensos, empiezan a hartarse, aunque lo disimulan/disimulamos bien, pero a cambio la política, como tarea noble, se encuentra bastante denostada.
En resumen, es evidente que las ciudadanas y ciudadanos de Jaén capital tienen motivos acumulados para sentir decepción de la mayor parte de sus representantes en la cosa pública, por acción o por omisión. En el conjunto de la provincia el panorama no es muy diferente. Hay dramas que deberían ser inaceptables en el siglo XXI, que siguen reflejando los estudios y estadísticas, y que constituyen bofetadas sociales a Jaén y a su clase dirigente, donde alguna vez se han creado inútiles observatorios para ¿combatir? estados de indignidad impropios de esta época.
Imagen: Recorte de prensa de enero de 1998, algo ha llovido. Políticos y agentes sociales clamaban por el ferrocarril. Todavía seguimos esperando.