Por IGNACIO VILLAR MOLINA / La abrupta escalada de la inflación ha obligado a los Bancos Centrales de todo el mundo a conferir a este fenómeno económico una absoluta prioridad para tratar de frenar su inusitada tendencia alcista cuyos devastadores efectos deterioran la actividad económica global, merman la capacidad adquisitiva de los salarios, reducen el consumo y atentan claramente contra la creación de empleo.
A tal efecto estas instituciones han debido activar toda la fuerza de su arsenal de medidas monetarias cuya expresión más inmediata se ha centrado en subidas sucesivas de los tipos de interés y el progresivo drenaje de la ingente liquidez insuflada a los mercados durante los últimos años.
Hasta el momento, por lo que respecta al BCE, el ciclo de subidas contabilizadas hasta ahora tuvo su inicio en el pasado mes de julio, con un incremento del 0.50% que posteriormente se ha visto acompañado de otras tres correcciones más hasta terminar el año en el 2.50%. Así mismo la Reserva Federal, más urgida por sus propias circunstancias, ha efectuado incrementos en los tipos en siete ocasiones hasta fijarlos actualmente en el rango del 4.25%-4.50%. Estos contundentes movimientos, si bien han logrado frenar el ritmo ascendente inflacionista, no lo han hecho con la suficiente fuerza y eficacia para alcanzar, hasta el momento, los objetivos deseados, antes bien, la inflación al cierre del año en la Eurozona se situó en el 9.2%, y en el 6.8% en EEUU, por lo que no es de extrañar que, tanto el BCE como la Reserva Federal de EEUU, hayan anunciado nuevas subidas de tipos que deberán ajustarse a la evolución del índice inflacionario en los próximos meses.
En este sentido, si bien todos las previsiones apuntan a que esa cota de la inflación seguirá lejos de los parámetros deseados, sí parecen existir ciertos indicios que pueden anunciar una ralentización progresiva, aunque pueda preverse un repunte en enero y febrero debido a la mayor pujanza del consumo en estos meses. Entre los aspectos que emiten ondas más prometedoras debemos listar la rebaja de la factura energética (abaratamiento del precio del petróleo y el gas), la disminución de los costes de las materias primas de uso industrial, la caída de la demanda global, y el efecto escalón ya que resulta lógico admitir que los incrementos producidos en el pasado año no se repitan mes a mes al mismo nivel en 2023.
Igualmente, por lo que respecta a los tipos de interés, también parece razonable, aceptar que las repetidas y considerables subidas producidas hasta ahora, más las que se deban hacer en los próximos meses, deban moderarse acompasadas a unos datos inflacionarios más mesurados como hemos señalado anteriormente. En este sentido se ha pronunciado el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos: “el tipo del 2.50 % en el que ha finalizado este año se verá agregado por otros incrementos lineales hasta marzo en cuyo nivel permanecerán durante el resto de 2023 y 2024, todo ello supeditado a la evolución de ciertos acontecimientos, como la eventual trayectoria de la guerra de Ucrania y sus desarrollos geopolíticos asociados, y al mantenimiento de la incertidumbre instalada ahora en la economía global”.
España no ha sido ajena a todo este nuevo seísmo económico que estamos atravesando. Los registros relativos a la inflación, 5.8% en el índice general hasta diciembre, ensombrecido por el renuente dato de la inflación subyacente (que excluye las fluctuaciones de los precios de la energía y productos sin elaborar), pueden considerarse aceptables si los comparamos con los países más importantes y la media de la Eurozona. Sin embargo no puede descolgarse de los efectos adversos que genera el tratamiento de los tipos de interés que implementa el BCE, cuyas consecuencias sobre la actividad económica, se extienden con más rigor que lo hacen en otros países dado la mayor fortaleza que esos otros estados mantienen en sus cuentas públicas, y más concretamente en el ratio de Deuda Pública y Déficit Publico, claramente desbarrados en el nuestro por la acumulación endémica de estos registros y las adicionales desviaciones generadas de los últimos años provocadas por las sucesivas crisis económicas y sanitarias que hemos sufrido. Recordemos que España es el único país europeo que no ha recuperado sus niveles de riqueza por habitante previos a la crisis, y en el que más poder adquisitivo se ha perdido.
Estas estimaciones sobre la evolución de los precios y los consiguientes incrementos de los tipos resultan absolutamente distorsionadores para el equilibrio que requiere la economía y generan efectos muy adversos tanto para los estados como para los hogares y las empresas. Los estados están viendo cómo las emisiones de su deuda se ha encarecido sustancialmente, más elevada en cuanto al menor grado de la valoración de la estabilidad económica y financiera de cada país apreciada por los inversores. Igualmente, tanto hogares como empresas, están comprobando cómo la factura de su financiación ha aumentado sustancialmente y dan por seguro que aún tendrán que admitir mayores incrementos, con especial significación para los titulares de préstamos hipotecarios que comprueban que a los ya adversos efectos de los incrementos de la energía y de los alimentos se une ahora un abrupto aumento de la letra de la hipoteca mermando, más si cabe, su capacidad adquisitiva y generando, en no pocos casos, problemas para llegar a fin de mes Así mismo los ahorradores, sobre todo los más conservadores, no olvidemos que el ahorro acumulado en las entidades financieras alcanza casi un billón de euros, esperan que esta coyuntura alcista les devuelva paulatinamente la retribución que les ha sido birlada durante los últimos años en razón de las políticas de tipos de interés cero que hemos tenido.
Así, en plena vorágine de incremento de tipos que han llevado al Euribor a cerrar el ejercicio en el 3%, es necesario revisar el coste real de los préstamos hipotecarios para tratar de frenar su impacto en la cuota mensual. Las últimas medidas aprobadas por el gobierno facilitan varios cauces en función de la situación financiera y económica de cada titular, no obstante, como he repetido en diversas ocasiones, en los casos que escapen a los límites establecidos para acceder esas facilidades, se impone la negociación con su entidad de una novación o, incluso, una subrogación con otra entidad, para mejorar bien el coste real o la adecuación de la cuota. Por lo que respecta a los ahorradores, sobre todo los más conservadores, ante la posición de las principales entidades españolas de mantener su estrategia de no retribuir sus capitales, deben explorar otras inversiones, bien en fondos monetarios que ahora comercializan algunos bancos a plazo corto, alta garantía y atractiva retribución, o, simplemente decantarse por la compra directa de Letras del Tesoro a corto plazo o, incluso, bonos, a mayor plazo, con rentabilidad igualmente atractiva.