Por IGNACIO VILLAR MOLINA / El Libro Blanco, publicado en 2008 bajo el seudónimo de Sathosi Nakamoto, con el titulo “Bitcoin: Un sistema de efectivo electrónico entre iguales” que dio inicio al movimiento de las criptomonedas, es decir, un nuevo sistema monetario que no necesitara la intermediación de instituciones financieras para evitar el control que supone su ordenamiento, con objetivo de despojar el dinero fiduciario de sus funciones tradicionales, ha fracasado rotundamente, al menos hasta ahora. Antes bien el mundo cripto ha crecido en base a una corriente especulativa que raya la estructura piramidal.
El espectacular derrumbe de la plataforma Exchange FTX ha provocado el estallido de la burbuja de las criptomonedas abriendo un profundo socavón en la confianza de los mercados y confirmando la carencia de transparencia y regulación, solo impelido por el impulso especulativo. En estos momentos tanto defensores como detractores, plataformas e inversores en estas monedas están suspirando porque los efectos del impacto recibido no se convierta en el principio de un “knockout” final que arrase la particular dinámica de las exchanges (plataformas o puntos de encuentro en el que se pueden realizar intercambios y compra-venta de criptomonedas), y, por consiguiente, pueda significar un golpe letal en la línea de flotación de este tipo de monedas. La onda expansiva de la quiebra de FTX ha hecho mella en otras plataformas intermediarias del mundo de cripto de tal forma que casi una docena han declarado la bancarrota y otras tienen el dinero represado, como Binance o Coinbase, las dos plataformas más operativas que se han visto obligadas temporalmente a bloquear las retiradas de criptomonedas. Muchas de las grandes plataformas están actuando como si fueran bancos, utilizando los activos de los clientes para tomar posiciones. Por otra parte la cotización de las monedas más conocidas, entre las más de 10.000 existentes, han perdido en torno del 70/75% de su valor, lo que ha deparado cuantiosas pérdidas para numerosos inversores, que han despertado del sueño dorado del enriquecimiento seguro con la sensación amarga de haber sufrido un tremendo varapalo casi irrecuperable.
Quizás la parte más importante a considerar haya que centrarla en la profunda erosión de la confianza instalada no sólo en los actuales inversores, sino en aquellos otros que, atraídos por los incongruentes beneficios contabilizados hasta ahora, a pesar de la fragilidad del valor intrínseco de este dinero digital, solo basado en la tecnología de cadena de bloques y “tokens” no fungibles (activos digitales encriptados), esperaban su turno de enriquecimiento. Los nuevos inversores, estaban persuadidos de que solo la adopción y uso de estas monedas conseguiría una aceleración sin fin de su valor (?) que ayudaría a extender el humo áureo y sostener “la quimera del criptooro”.
¿Cómo restablecer la credulidad cuando, además de las consideraciones expuestas, una de las intenciones prioritarias de la creación de estas criptodivisas era superar el sistema monetario y financiero existente bajo la premisa de evitar el control que supone su ordenamiento, cuando el diseño conceptual y las deficiencias tecnológicas lo hacen más cuestionable como medio de pago de las transacciones reales en las que nunca se ha usado de forma significativa?. Por otra parte estas monedas no generan flujo de caja como los bienes inmuebles o los dividendos o las acciones. No pueden utilizarse como reserva de valor ni, productivamente, como materias primas, y tampoco proporcionan beneficio social. Entonces todo su valor solo se configura en torno a la especulación, ya que no está vinculado de forma alguna al comportamiento de una economía concreta. Los cambios de los tipo de interés, aunque hay quien postula que su rápida y abrupta subida ha sido un factor añadido de especial relevancia para hacer explotar su burbuja, y el aumento de las reservas monetarias, tienen un efecto muy relativo e indirecto en su valor que sólo depende del compromiso de sus usuarios por mantener su precio con la amenaza de que no existe ninguna referencia fiable para conocer si su cotización es acompasada a una realidad tangible. Alguien las ha definido como una disrupción tecnológica que ha crecido gracias a que la gente, ansiosa por cosechar grandes e inmediatos beneficios, confiaba en una aceleración sostenida de su valor. “A un panal de rica miel, muchas moscas…”. Es lamentable que, hasta ahora, no se haya hablado de la criptografía por su potencial, sino más bien por el apalancamiento, la codicia, el fraude y la falta de transparencia.
¿Es éste realmente el final de las criptomonedas?. La implosión de FTX, como escribe Xavier Vives, profesor de Economía y Finanzas en IESE, ha dañado gravemente la idea de la criptosfera de un sistema financiero no regulado y descentralizado, pero no significa que la tecnología sea la culpable del caos. Muchos bancos centrales están lanzando sus propias monedas digitales y otros lo harán de forma más o menos inmediata con el propósito de afianzar la soberanía monetaria y la estabilidad financiera”. Las criptomonedas han venido para quedarse y con esta certeza es absolutamente necesario establecer un marco regulatorio que permita su circulación en todos los ámbitos, tanto comerciales como financieros. Así lo ratifica Santiago Fernández, responsable de regulación del BBVA, “es verdad que en el ámbito de las criptomonedas, las finanzas descentralizadas y el blockchain, es probablemente donde se está produciendo la mayor parte de innovación actual del sector financiero, por lo que no podemos correr el riesgo de que esa innovación se desarrolle al margen de los canales de intermediación financiera seguros y regulados, por lo que aboga por una coordinación entre países para establecer ese marco regulatorio“. Esta regulación debe centrarse en la más absoluta transparencia y en la protección del consumidor, y debe servir para atajar el lavado de dinero u otras formas de evasión fiscal. Así la Unión Europea ha dado un gran paso con la aprobación del borrador regulatorio por parte de la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo.
Por otra parte, si estamos abogando por establecer un marco regulatorio para las criptomonedas, esta misma intención debería extenderse a la actividad que desarrollan las “bigtech” y de las “fintech”, exigencia que piden los bancos que ven la invasión de estas empresas en el ámbito bancario como una amenaza y por eso piden que se sometan a sus mismos parámetros regulatorios, de tal forma que proporcionen la seguridad jurídica necesaria que permita desarrollar nuevos modelos de negocio en el ámbito financiero.