Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Es hermoso viajar en tren, tienes varias posibilidades, que eliges, según el ánimo que tengas en el momento. Puedes mirar a través de la ventana y ver caer el agua, puedes buscar en el baúl de tu memoria y sacar aquellos recuerdos que tenías olvidados.
Pero existe otra opción, y es coger un libro y adentrarte en la historia que cuenta. Y, además, si estás solo en el compartimento, resguardado de las conversaciones de otros pasajeros, la lectura fluye como el agua caída en los arroyos estos días. La concentración exigida no es muy alta, eres libre para de vez en cuando, mirar por el cristal de tu ventana y disfrutar del paisaje que ofrece la naturaleza. Y, quizá, con un poco de suerte veas algún animal en su correría diurna. Generalmente, las imágenes más bellas las encuentras en los caminos de las montañas. Allí, toda la travesía visual del animal está cerrada para el ser humano, pues él sabe desde el primer día de su vida, que acercarse al hombre es algo que está prohibido. Por eso, cuando haces senderismo, sé lo suficiente feliz y comprensivo, con lo que te vas a encontrar. Verás la belleza de la piedra, pero nunca al ciervo saltando desde ella. La visión de su goce, como he dicho antes, está vetada para nosotros, queridos amigos.
Sin embargo, esta prohibición puedes incumplirla viajando en el tren. Con la complicidad de su armazón y siguiendo el curso que marcan las vías consigues, a veces, alguna imagen que quedará para siempre en algún sitio recóndito de tu mente. Hoy, después de mucho tiempo, he vuelto a viajar en el medio de transporte galdosiano por excelencia.
Asombrado por la visión de la cúpula de la nueva estación del AVE de Jaén, parecía don Alfredo Landa cruzando un puente de Madrid, en su famosa película ¨Genaro de los 14¨, una de las grandes obras del landismo. El vestíbulo es inmenso, con su aire comercial, por fin la modernidad ha llegado a Jaén. La lucha empezada muchos años atrás, ha dado su fruto, y la conexión con la capital de España ya es real, rápida y verdadera.
Antes, al abandonar mi casa, al salir de su cobijo, pienso en la vida que llevo en la mochila de los años. Miro los cuadros, los libros, incluso en estos momentos de partida, te das cuenta de que siempre colocas el abrigo o la bufanda de la misma forma. Esta vez, no he salido solo del apartamento, mi mujer y mis hijas me acompañan. El retorno a la capital de España, después de más de diez años, es otra de las alegrías de este año que pronto acaba.
Pienso, en el trayecto en el que tardo en bajar a la estación, en los tiempos en los que subía a Madrid con mi amigo Gonzalo, nos esperaba Juanjo (otro amigo) en su casa, que se convertía en el centro de operaciones. El fin de semana se presentaba bien, el viernes alguna visita, fundamentalmente a galerías de arte, el Prado ya lo teníamos muy visto. Y, después, el sábado noche de ópera en el Teatro Real, y más tarde las cervezas y las copas en la Latina, cuántas intrahistorias unamunianas encontrabas en la Cava Baja.
Ocurre que, a veces, estos episodios que recuerdas, no sabes si realmente existieron, de tanto tiempo que han pasado. Crees que son engaños de esa neurona que tenemos en el cerebro, que somos incapaces de gobernar.
Ahora mismo, montados ya en la comodidad del tren de larga distancia, le hablo a Natalia sobre la ópera que vamos a ver: La Sonámbula es una obra magistral de Bellini, obra cumbre de la música de Italia. Es muy difícil desde el punto de vista de la interpretación técnica, después de más de veinte años, otra vez, se va a representar en el Real, el argumento no se lo desvelo, pues de esto ya se encargará el librillo (no recuerdo su nombre) que nos dan al ocupar nuestros asientos en el teatro.
Tengo mucha ilusión de ir con Natalia a Madrid, enseñarle parte de su alma, aquella en las que pasé con mis amigos unos maravillosos ratos. Estoy desando ver su rostro, cuando vea la belleza del Teatro Real.
Me acabo de despertar, qué sueño tan bonito he tenido. Es cierto, que estoy saliendo del apartamento, de mi casa, y es verdad, también, que bajo con Natalia y con las niñas. Pero no vamos a la estación de tren, sino a la Plaza de la Constitución para que las crías conozcan el trenecito de Navidad y el bus turístico, pues seguramente tardarán, queridos amigos, en ver el tranvía arrancar y el AVE, ni os digo.
Feliz Navidad, a todos.