Por MARI ÁNGELES SOLÍS / Cuando amanecía, siempre el pasado buscaba su rastro por las calles. Olfateando como un animal hambriento, sigiloso… Los silencios de las calles, muchas veces dan miedo porque guardan la esencia de las pisadas de quienes se perdieron en el tiempo. Nunca les vi juntos. Jamás… hasta hoy.
Nunca les vi juntos y, reconozco, que siempre estuve un poco enamorada de los dos. Con ese amor extraño que te hace adorar a un mito. Con ese amor extraño, que no es amor, pero es un sentimiento de profunda admiración hacia quien adoras desde lejos. Ellos… eran muy distintos. Pedro iba siempre con sus pantalones raídos y su espalda encorvada. Jaime, siempre bien vestido con una planta elegante y con un porte que vislumbraba una fuerte personalidad.
Nunca les vi juntos, y eso era extraño, cómo no iban a conocerse en aquel pueblo tan chiquito que apenas rozaba los mil habitantes. Pero las calles no decían nada tampoco, al verlos pasar…
Recuerdo ver a Pedro volver por el camino de la fuente. Con las uñas negras llenas de tierra, de trabajar, de dejarse el alma y la piel en el campo, el sudor, la sangre… y sus ojillos pequeños y alegres siempre me regalaban una mirada cargada de dulzura.
Recuerdo a Jaime pasar silencioso por las calles, con su abrigo de paño oscuro y siempre con algún libro entre las manos. En su rostro taciturno también se reflejaba una luz extraña, de amores perdidos y enterrados en cementerios con tumbas apacibles que escuchan el canto de los pájaros.
Nunca les vi juntos, no, jamás…
Pedro estaba siempre en la taberna, con los demás hombres del campo, con su chato de tinto diario y susurrando la Internacional, a pesar de no saber leer ni escribir.
Jaime estaba siempre en el Casino, sentado en una mesa solo, con sus libros de Machado, Lorca y Hernández. Sus labios temblaban al recitar. A veces, pienso, si eran la misma persona porque en mi obsesión por su cercanía les buscaba por las calles… e, incluso, en una ocasión, me dijeron ambos la misma frase, que quedó grabada en mí.
Los años pasaron… arañando… Perdí a mis dos amores y no sabía dónde buscar. Nunca los había visto juntos, jamás… deambulé por las calles, por los campos, por las huertas y por las tabernas… hasta hoy que mis pasos han acabado en el cementerio.
Mi alma se ha conmovido de tal modo que he sentido cómo me abría en canal… Allí estaban, con sus tumbas juntas, una junto a la otra… y, bajo tierra, el tiempo y el silencio se habían encargado y unir y hacer germinar esa semilla que mostraba el camino del futuro. A la vista, no había nada más… apenas musgo, flores secas y las palabras que ambos me dijeron como una oración… “no hay futuro sin libertad”.
A vosotros, que fuisteis la imagen de la izquierda, uno por el sudor de la tierra, otro por la sangre de las letras. Las dos versiones de la misma izquierda, las dos versiones de la dignidad, las dos versiones de la libertad.