Por MARI ÁNGELES SOLÍS DEL RÍO / Cada poema que sale del alma, tiene una historia. Cuando se escribe sometido a las musas o al duende, hay una persona, hay un sentimiento, unos hechos o una sensación que hacen que el fantasma del arte se disponga a parir la historia. A veces, únicamente el poeta conoce la semilla de la que germinó dicha composición, otras también es conocedor del sentimiento aquel o aquella que lo inspira e, incluso, encontramos ocasiones en las que el nudo es universal. Por ejemplo, es el caso de las ‘Nanas a la cebolla’ de Miguel Hernández, escrito desde la cárcel y dedicado a su hijo al que acechaba el hambre.
Por ello, despiertan tanto la curiosidad aquellos poemas que leemos sin hallarles explicación, pero, el hecho de conocer la historia, aunque sea a retazos, te va emplazando a ir buscando las piezas del puzle y encajarlas en la ubicación exacta y, de este modo, no solo quedar impactado por la verdad del poema, sino poder sentir, de igual modo que sintió el poeta, esa sensación que dio a luz todo un maestro de la poesía.
Para ir desgranando la historia, puedo decir que, la primera noticia que tuve del poema que posteriormente transcribiré, fue hace casi dos décadas. Mientras reorganizaba con mi padre sus archivos de curiosidades (como él los llamaba), había un sobre, el cual abrió y una sonrisa se esbozó en su rostro. Casi automáticamente, me dio el contenido del sobre y me dijo: “esto para ti porque te va a gustar”.
En un folio muy desgastado que, claro estaba tenía más años que yo misma, unas letras escritas las cuales decían:
“Amigo José, te envío una estrofa de un poema que Rafael Alberti ha escrito para mí”.
Y, a continuación, la estrofa:
“Tan solo penando
sin saber que un día
una voz que me vino de lejos
me consolaría”.
El remitente de la misiva no era otro que Pepe Menese, por entonces, final de la década de los años 60 (fecha en que había sido escrita la carta), era un joven cantaor de flamenco, que contribuyó al resurgir del flamenco puro, como la expresión de un pueblo y un arte profundos.
El impacto causado en mí fue indescriptible, por varios motivos. Por una parte, yo ya me sentía llamada por el arte de la poesía y empezaba a realizar mis primeras composiciones, otra mi admiración por los llamados ‘poetas de izquierdas’ como Lorca, Hernández y el propio Alberti y, finalmente, el hecho de que alguien cercano a mí y a mi familia como era el caso de Pepe Menese hubiese sido objeto de la inspiración de un poeta universal como Rafael Alberti.
Después, tras la sorpresa inicial, mi padre me contó lentamente la historia del por qué de aquel poema. Francisco Moreno Galvan, letrista y mentor de Pepe Menese, mientras formaba parte junto con Fernando Quiñones y Caballero Bonald, de un grupo de intelectuales que luchaban por preservar la pureza del flamenco, fue a visitar, en su exilio romano, al poeta Rafael Alberti. Con él llevaba un magnetofón en el que, previamente, había grabado la voz del cantaor mientras se arrancaba con un cante puro, provocando tal sentimiento en el poeta gaditano, en el exilio por la cruzada franquista, y siendo víctima del dolor que se siente por estar lejos de su tierra por cuestiones de ideología.
El poema, escrito por Rafael Alberti, en Roma, en el año 1967, dice así:
A la voz de José Menese
“Tan solo penando
sin saber que un día
una voz que me vino de lejos
me consolaría.
Voz que me cantaba
los años oscuros,
la fatiga de todos mis muertos
entre cuatro muros.
El arranque ciego,
la sangre valiente,
ese toro metido en las venas
que tiene mi gente.
La furia del viento
que afila la espuela
y el bramido del mar amarrado
sin barcos de vela.
Tan solo penando
sin saber que un día
esa voz que me vino hasta Roma
me consolaría”.
Años después, en 1973, el arte de José Menese llegó hasta el Teatro Olympia de París.
Pero quizás, un dato acaso aún más interesante de esta historia tuvo lugar en el año 1977. Aberti se encontraba en España tras sufrir treinta y nueve años de exilio. Un sábado de primavera, en su primer acto público tras esa larga ausencia, presentó en la Galería Multitud una carpeta de litografías que giraban en torno a su obra dramática “El Adefesio”, la cual había sido estrenada unas semanas antes en Madrid por otra exiliada, María Casares.
A ese acto asistieron personalidades como Dámaso Alonso y Gerardo Diego. También asistió Menese, el cual, en un momento determinado del acto, se arrancó de modo improvisado con varios cantes dedicados a Alberti. Tal vez fuese el agradecimiento por aquel ‘Tan solo penando…’.
Foto: Una imagen en la que aparecen José Menese y Rafael Alberti.